Por Asfaltos.
Conocidos alguna vez como ayateros, en tiempos en los que cargaban grandes sacos de ayate en la espalda, los hoy ropavejeros son sin duda uno de los oficios más tradicionales en la capital mexicana. Tan solo en Ciudad de México cerca de media decena de miles se dedican al oficio de comprar «lavadoras, tambores, refrigeradores, estufas, colchones, microondas o fierro viejo que vendan».
Adquiriendo metales y objetos de colonia en colonia, los ropavejeros los puede ver uno todavía en camionetas, autos o bicis. Con un altavoz o un reproductor de discos anuncian su llegada; compran en efecto, objetos usados que posteriormente pondrán a la venta para poder sostener a sus familias. Hoy el aumento en la cantidad de comerciantes y la proliferación de productos extranjeros, hacen difícil la labor del ropavejero que cada día se lo ve más difícil.
Bien, como homenaje a los ropavejeros que esperemos sigan siendo parte del paisaje urbano capitalino, no pude elegir otra melodía que no fuera «El ropavejero» del gran Francisco Gabilondo Soler, «Cri-Crí». En la melodía, como las muchas más que compuso el originario de Orizaba, Veracruz, se logra apreciar el talento de un músico que apostó siempre por la imaginación de los chicos y grandes.
El tlacuache, un ropavejero de la ciudad de los años de Cri-Crí, carga con «un tambache por todas las calles de la gran ciudad», sin embargo, además de comprar cachivaches, lo interesante del negocio de nuestro mamífero comerciante es que se amplía también a la compra de chamacos malcriados. ¡Qué horror! ¿Se imaginan a los niños aterrorizados con la idea de un animal similar a una rata que pretende comprarlos? Vaya sentido del humor de Don Gabilondo Soler, ¡vaya sentido del humor!, ya que además de los niños, el tlacuache igual ayudaba a librarse de comadres chismosas y viejas regañonas.
¿Alguien salió a buscar al ropavejero tlacuache mientras leía esta nota? ¡Buena suerte!
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