Por Paty Caratozzolo.
“La influencia francesa era tan fuerte, sobre todo en las artes plásticas, la literatura e incluso en la danza, que los alemanes durante la ocupación adoptaron la postura de aparentar que todo era muy normal: que puedan salir en la noche, que no piensen en la política, que no se metan en la resistencia…”
En su libro «Y siguió la fiesta», Alan Riding nos expone cómo es posible que una cultura no sólo resista sino que florezca en condiciones tan adversas como la guerra y la ocupación. ¿Cómo se comportan los intelectuales, artistas, escritores en una ciudad ocupada? Algunos como Jean Paul Sartre, que vivía en París en 1943 y decide estrenar la obra de teatro «Las moscas», logra burlar la censura, denunciar la ocupación, enfrentarse a la opresión y reivindicar la libertad de todo el pueblo francés.
«Las moscas» recrea la historia de Orestes que mata a su madre para vengar el asesinato de su padre. ¿Qué más inocente e inocua que la representación de un mito griego de hace 2,500 años? A simple vista parecía una obra de teatro más y los alemanes permitieron su estreno.
«Orestes mata a Clitemnestra» (1654) de Bernardino Mei.
Orestes niño fue llevado al exilio cuando su madre Clitemnestra mata al rey Agamenón ayudada por Egisto. Su hermana Electra no tiene tanta suerte y convive quince años con los pérfidos amantes devenidos en reyes de Argos. Orestes joven vuelve a Argos disfrazado y se encuentra con un pueblo inmundo cuyos horribles y tristes habitantes viven aterrorizados y asolados por una plaga de moscas carnívoras. Todo el pueblo y sus reyes espurios están unidos por la culpa, el remordimiento y el pecado. Las moscas, castigo de los dioses, representan en realidad el autocastigo de los hombres que laceran su cuerpo y lo enferman para no ser libres.
La música más apropiada para acompañar a «Las moscas» de Sartre es la «Sinfonía de cámara opus 110» escrita por Dimitri Shostakovich en 1960 como denuncia al fascismo. En este movimiento perpetuo, amargo y desenfrenado, los violines aparecen como puñaladas en una confrontación contrapuntística; como las mordeduras de las moscas a los pobres habitantes de Argos.
El dios Júpiter lleva quince años disfrutando del terror en Argos pero entiende que la llegada de Orestes significa el final y le dice a Egisto:
“Un rey es un dios sobre la tierra, noble y siniestro como un dios. Y el mismo doloroso secreto pesa gravemente en nuestros corazones: que los hombres son libres. Orestes sabe que es libre. Entonces no basta cargarlo de cadenas. Una vez que ha estallado la libertad en el alma de un hombre, ni los dioses ni los reyes pueden hacer nada más contra ese hombre.”
Usar la mitología había sido desde siempre una estrategia artística para evitar la censura; sucedió con el «Va pensiero» de Nabucco cien años antes, lo entiendo. Lo que en serio no entiendo, luego de leer la obra, es cómo pudo estrenarse en el París ocupado de 1943… ¡eran ESAS moscas!
Portada: Foto del bombardeo de París.
Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!
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