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Lo que falta en las calles es un poco de respeto hacia los demás

Por Enrique Figueroa Anaya.

Con humor la semana pasada compartí algunas de las cosas que quienes manejamos auto o moto no podemos hacer en las calles, claro, al menos que deseemos una multa; o, diría yo por sentido común, provocar o ser susceptibles a un choque/accidente/¿morir? Pero claro, apelé a algo que parece en extinción: el sentido común.

No lo voy a negar, salir a las calles de la capital mexicana bajo amenaza de ser multado severamente, asustaba. Quizá mi principal asunto, pues no uso celular al hablar ni suelo pasarme los altos, era el límite de velocidad. Sin velocímetro funcional, al momento de escribir este texto (sí, ya sé, debo corregir eso), mi mayor miedo era no rebasar los 50 km/h permitidos en varias de las avenidas principales de la ciudad. ¡50 km/h, no 80 km/h!

A ver, desde hace varios años me acostumbré a manejar a velocidad moderada, quedándome en el carril de en medio y no en el de alta para no tener que tolerar a los «desesperaditos» que se sienten en el Gran Premio de México; y que por culpa mía llegaban 1 ó 2 minutos tarde a su destino (¡cosa tan terrible, Dios!). En fin, así lo hice así y me fui acostumbrando por lo que desde entonces en ningún momento temí ser infreccionado gracias a la foto multa del segundo piso del Periférico.

Sin embargo, ¿a qué se sentía viajar a 50 km/h en una avenida principal en la capital mexicana? Sin saberlo del todo apliqué la lógica: ir más lento que todos los demás que me rodeaban, porque seguro ¡nadie respetaría el límite! Ese es el problema que quiero discutir en este texto, si bien el abuso de los oficiales capitalinos se puede dar al momento de infreccionar, hay que ser serios: ¡en esta ciudad todo mundo hace lo que quiere!

A una semana de la entrada a vigor del Nuevo Reglamento de Tránsito del Distrito Federal, me percaté de varias cosas.

Los límites de velocidad -sobre Periférico, por poner un ejemplo- importaban poco o nada; inclusive había quienes los rebasaban deliberadamente, y ya saben, mostrando sus «enormes» dotes al volante arriesgando la integridad de quienes les rodeaban. También, bajando de Santa Fe hacia el sur, me topé con un auto chico en el que un grupo de jóvenes rebasaban la capacidad del transporte, e inclusive, se subían a la cajuela en algo que seguramente merecía infracción; y que peor aún, con un frenón del «hábil» chofer seguro les costaría hasta la vida.

Por Mixcoac, para tomar Río Churubusco hacia Tlalpan, fui testigo de la infantil pelea de dos automovilistas que se iban echando bronca, entre frenón y frenón, arriesgando a los autos cercanos.

Una de tantas noches que me tocó salir a las calles (cosa que evito, pues además de los insensatos «hábiles» del volante en estas fechas abundan los «imbéciles borrachos al volante»), me topé con varios a los que les valía pasarse los altos, no digan solo en calles muertas de pequeñas colonias, sino en cruces tan mal diseñados donde a causa de la poca o nula visión se arriesga la vida al hacer «un cruce de fe».

Aquella misma noche, y pertenecientes a un sector que de manera tradicional «le vale madres la integridad de los demás», me tocó ver cómo trailers de hasta dos remolques viajaban notoriamente arriba del límite de velocidad arriesgando la integridad de quienes les rodeaban. Faltaba que gritaran: ¡Los voy a matar a todos!

Ya ni mencionen la gente que se cruza las calles por donde no; ni los ciclistas que van en sentido contrario, con audífonos y hasta mensajeando con su celular (historia verídica), pues ellos con una falta verbal tienen. Ah, eso sí, si un incauto los lesiona a causa de su insensatez, que Dios lo agarre confesado: pobrecito del «mijito» víctima del tirano.

El caso es que un asunto son las infracciones, otro el que hay pocos oficiales que las aplican, y otro que los abusos y la corrupción siguen siendo el «pan de cada día»; pero otro asunto, y quizá el verdadero origen del problema, es que en esta ciudad a la gran mayoría les valen madre los demás. ¿Qué culpa tenemos que los que corren con prisa hayan salido tarde? ¿Qué culpa tenemos los que echan bronca de su primitivo accionar? ¿Qué culpa tenemos todos los que vivimos en la ciudad de tener que vivir con aquellos a los que les valemos auténtica madre?

Está bien tener un reglamento de tránsito, pero quizá el alto costo de las infracciones no haga que los ciudadanos respeten las reglas. Está bien tener reglas claras que respetar, pero quizá el que haya pocos policías para infraccionar hace injusto que a unos sí les caiga el peso de la ley y a otros no. Está bien, está bien… lo que de plano no está nada bien es el poco civismo y respeto que tenemos por los demás; porque llamamos «pinche lento», «puto estorbo» y demás linduras a quienes tratan simplemente de respetar las leyes establecidas para convivir mejor.

¿Saben qué? A todos ellos que hacen infumable el tránsito capitalino, ¡chin*uen a su madre! Ojalá sea lo único que reciban por arriesgar la vida de los demás, y no otra cosa.

Foto: Erwin Morales.

 

 

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One Comment

  1. Jorge Figueroa
    10 febrero, 2016

    De acuerdo contigo, yo te recomendaría la aplicación de las tres P al manejar:
    Paciencia, prudencia y prestancia.
    Saludos.

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