Por Asfaltos.
Sería muy aventurado de mi parte afirmar que todo mexicano tiene una historia con el Estadio Azteca, porque conozco a varios que no cuentan con una; sin embargo, para cualquier aficionado al fútbol, en este país y sobre todo en la capital mexicana, seguro existe una breve anécdota que le ligue con el también conocido como «Coloso de Santa Úrsula». Si además suman el hecho de que en el ya cincuentenario inmueble no solo se han vivido espectáculos deportivos, seguro encontrarán algo que les ligue con el Azteca.
Mi historia con el Estadio Azteca comenzó en 1996, justamente a 20 años de distancia, cuando el inmueble contaba con 30 años (mismos con los que ahora cuenta su servilleta en este planeta). El escenario, que si mal no recuerdo lucía muy por debajo de un lleno, fue el partido de despedida del jugador alemán Rudi Völler; quien se presentaba con su Bayer Leverkusen (el mismo que hoy es hogar del mexicano «Chicharito») para despedirse del país en el que fue campeón en 1986. Aquel partido enfrentó al ya citado Bayer Leverkusen contra el Atlante mexicano (ese equipo que hoy sufre en el Ascenso MX). Sin el recuerdo de aquel marcador, ni información en la red del mismo, lo que guarda mi memoria es aquella alucinante experiencia de encontrarme dentro de un gigante.
En el ’96 contaba yo con apenas 10 años y apenas un incipiente gusto por el fútbol; en aquellos años, lo más cercano a «mi equipo favorito» era el Celaya F.C. comandado en ese entonces por el legendario futbolista español, Emilio «El Buitre» Butragueño. Impulsado en gran parte por mi experiencia televisiva con la caricatura «Súper campeones» y un breve curso de verano en las instalaciones de Cruz Azul (muy cerca de convertirse definitivamente en el equipo de mis amores), el estar dentro de ese monstruo de concreto me dejó sin aliento como en aquella canción que Andrés Calamaro dedicara precisamente al Estadio Azteca. En la parte alta del estadio observaba impresionado por la estructura, una que justamente cinco años después me haría vibrar con un segundo momento que me dejó sin aliento.
30 de mayo de 2001, el Cruz Azul -ya convertido en el equipo de mis amores- se enfrentaba en el partido de vuelta de los cuartos de final de la Copa Libertadores, al River Plate de Argentina. El equipo mexicano, en su primer aventura libertadora con un paso como líder de su grupo y triunfador de la serie de octavos de final frente al paraguayo Cerro Porteño, se había plantado con firmeza frente a un River Plate en su Estadio Monumental de Buenos Aires, con un empate a cero goles que le daba esperanza de clasificar a las históricas semifinales del más importante torneo que un club mexicano puede jugar. La mesa estaba puesta, uno de los mejores equipos que ha tenido Cruz Azul (sí, subcampeón también para los troles), se plantó en una casa prestada a la que tuvo que acudir porque la afición no cabía en su hogar el Estadio Azul; y es que no solo no cabía su afición, sino en general la afición mexicana que se había volcado como pocas veces a favor de un equipo mexicano en la Libertadores de América. Con las firmas de Francisco Palencia y José Saturnino Cardozo (éste último también prestado), Cruz Azul sentenció en el primer tiempo de partido un categórico 3 a 0 que hizo vibrar a los presentes. Ubicado en uno de los palcos del Azteca, hondeando una bandera que sigo guardando con cariño, grité como nunca el nombre de mi equipo, y también como el propio Paco Palencia, muy fuerte el nombre de México.
El tercer momento, ahora sí nada deportivo, sino mas bien musical, lo viví cinco años después, el 15 de febrero de 2006. El escenario: el Estadio Azteca; el evento: el concierto de U2 que marcaba su regreso tras una ausencia de casi 9 años. Emocionado hasta el tuétano por esa larga espera que mi grupo favorito de todos los tiempos me había hecho padecer, finalmente terminaba. Tras un auténtico via crucis que involucró probablemente las más largas filas en las que me he tenido que firmar, la noche de aquel 15 de febrero grité como nunca. Ubicado en lo más cercano del escenario que los irlandeses dispusieron para su tercera visita a nuestro país, grité como loco con todas y cada una de las canciones que se escucharon por vez primera en vivo en aquel Estadio Azteca. Además de la noche musical, sigo recordando, como aquella primera vez que pisé el estadio de niño, lo pequeño que me sentía ahora a nivel de cancha de ese monstruo de concreto. Vivir un concierto en ese lugar es toda una experiencia, que aquella vez, me supo a poco por la tremenda emoción que me había guardado por más de 10 años de fanatismo. La espinita, afortunadamente, me la saqué curiosamente también cinco años después con los tres conciertos que ofreció U2 en México en mayo de 2011. Locura, sí; fanatismo, también.
3 momentos imborrables, y quizá 6 si incluyo los otros 3 conciertos que viví de U2, son parte de mi experiencia en un Estadio Azteca que abrió sus puertas al público hace 50 años el 29 de mayo de 1966. 50 años que han marcado la vida de muchos que como yo hemos tenido la fortuna de pisar su estructura. Momentos imborrables en el fútbol nacional e internacional, conciertos musicales con estrellas del momento, visitas papales y hasta finales de telenovelas. Cada quien, si no todos pero sí una gran mayoría, tenemos una historia con el Estadio Azteca. Yo les conté las mías, ¿me cuentan ustedes las suyas?
Foto de portada: Liset Samantha Cervantes Arana.
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