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La educación, la reforma educativa y la violencia como aderezo

Por Daniel Higa Alquicira.

Si en este México “moderno y de transformación” algo ha causado encono social, esto ha sido la reforma educativa. Planteada como una herramienta casi mágica para elevar la calidad de los conocimientos, la realidad indica que muy pocas mentes brillantes alcanzan a visualizar sus beneficios y cómo debe funcionar.

Desde el 2013 esto ha sido tema de discusiones, polémicas, estudios, enfrentamientos violentos, marchas, plantones, diálogos entre autoridades y líderes magisteriales disidentes; arreglos sospechosos y la polarización de la sociedad entre quienes apoyan a los maestros y los que los critican.

Hace poco escuché una frase que puede resumir muy bien la realidad de esta reforma educativa: “es como capacitar al conductor de un camión que se está destartalando”. Y es cierto, porque el problema de la educación en México no solamente es por culpa de los maestros, es una deficiencia estructural y multifactorial que ningún gobierno ha sabido entender y corregir.

Si los mexicanos podemos presumir de un sistema educativo gratuito y universal, ¿entonces por qué el promedio académico de la población en general es de apenas 8.8 años, es decir, solo hasta segundo de secundaria?

Según el «Índice de Cumplimiento de la Responsabilidad Educativa-Estatal 2016», de la organización Mexicanos Primero, de cada 100 mexicanos que inician la educación primaria, solo 16 de ellos termina una carrera universitaria.

Entonces no solo se trata de calidad de la educación, sino de las pocas posibilidades que tienen muchos sectores de la sociedad para acceder a ella.

“Para alcanzar el cumplimiento del derecho a una educación de calidad se requiere de una distribución más equitativa del gasto público y una atención prioritaria de los programas que buscan la equidad”, afirmó en su momento Sylvia Schmelkes, consejera presidenta del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación.

Es decir, la educación en México en la práctica, no es universal ni gratuita. Pero todo se descompone aún más cuando el tema se convierte en un botín político tanto para las autoridades, como para los diversos grupos que conforman el universo magisterial en México.

Todo parece resumirse en una lucha de poder entre los “defensores del pueblo” y los poderosos. Es cierto que existen millones de desprotegidos en México, miles de familias que por más que les gustaría que sus hijos estudien, lo primordial es buscar cómo matar el hambre del día a día, y la educación no satisface eso de manera inmediata.

El gobierno y las autoridades educativas excluyen sistemáticamente a millones de niños de la educación debido a que no han reducido la pobreza, la brecha social se extiende cada vez más y el futuro de estos menores no es más que pasar hambres y miserias.

Efectivamente la educación es un camino para reducir esta situación; ¿sin embrago cómo podría un niño estudiar, si lleva un hambre clavada en su estómago desde que nació; si además tiene que caminar horas para llegar a la escuela y cuando su salón es un cuarto en ruinas –por llamarlo de alguna manera– en donde lo único que reafirma es su miserable situación?

Pero dinero hay y mucho. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en 2012 México invirtió 2 mil 600 dólares por estudiante de primaria, 3 mil por cada uno de secundaria y 8 mil 100 dólares por cada alumno de educación superior.

Pero “del gasto total mexicano para educación en 2012, sólo 2.5% se destinó a capital (activos que duran más de un año, como construcción, renovación y reparación importante de edificios escolares), el cual es mucho menor al promedio de 7.1% que en ese rubro invirtieron Brasil, Colombia, Irlanda, Portugal, Sudáfrica, Suiza y Turquía”, dice la OCDE.

De cualquier modo esto no va a cambiar si los maestros disidentes siguen en la misma postura que, está comprobado, no resuelve estos problemas sociales, y que sin embargo continúan utilizando como su única herramienta de lucha.

Bloquear comunidades enteras, asfixiar la endeble economía local de algunas regiones de Oaxaca, permitir que escale la violencia y convertirse además, en el blanco perfecto de grupos de choque, provocadores o policías para asesinar personas; es solo afectar al pueblo y el futuro de los niños.

Recuerdo que en el plantón del Zócalo de 2013, entrevisté a maestros rurales de Oaxaca y ellos me abrieron los ojos sobre su verdadera preocupación. Esos maestros del Itsmo de Tehuantepec no pedían que se aboliera la reforma educativa ni les preocupa ser evaluados, lo que pedían era que se modificara la forma en que tiene que ser evaluados los maestros según el entorno en el que trabajan.

Porque no es lo mismo trabajar en las grandes ciudades con niños de clase media, que hacerlo en una comunidad alejada con niños indígenas, pobres y olvidados. Qué razón tienen, pero a nadie le importa estas posturas razonables y hasta parece que políticamente son poco redituables para sus líderes…

Foto: Razi Machay.

 

 

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