Elevador

Por Erika G.H. Abrego.
Ilustración María José Flores Lozada.

El elevador se detuvo entre el piso número 24 y el 25, Alicia recordó justo en ese momento que no había dejado comida para su gato. Temió morir atrapada y por su descuido, causar la muerte de su mascota. Se culpó también de nunca haber ido a Japón, país que siempre deseó visitar, desde que descubrió el manga. Después recordó que le prometió a su mejor amiga que irían a un concierto de Los Concorde juntas el mes entrante, y que también tendría que fallar a este compromiso. Se preguntó si sería una buena idea escribir una carta de disculpa o si su amiga entendería que ella no había planeado morir ese día.

Sobre todo, se lamentaba de no haber renunciado a su trabajo en vida, ahora tendría que hacerlo en un ataúd y no podría gritarle a su jefe todo lo que se merecía. Le dio un trago a su licuado de fresa, al menos lo último que comería sería su desayuno favorito. Le habría gustado ser lo suficientemente valiente para invitar a salir a Lucía y por un tiempo se dedicó a pensar en sus piernas largas. Le gustaba la idea de que éste fuera su último pensamiento. Sin embargo, tuvo que detenerse al darse cuenta que no había hecho un testamento y que realmente no quería que cualquiera se quedará con sus cosas, así que tomó una hoja de su libreta y se dedicó a hacer una lista de sus pertenencias y sus futuros dueños. Se preguntaba si sería válida aún sin la presencia de un testigo o notario. Esperaba que sí, ya que la encontrarían con su cuerpo.

Finalmente, también lamentaba que no podría terminar de ver Lost y que nunca sabría si Hurley y Locke salieron de la isla. Pensó en ese momento en todas las películas que no había visto y los libros que no había leído. Todo por falta de tiempo, primero la escuela, luego el trabajo, los amigos, y demás, todo se acumulaba para que su lista de libros leídos fuera relativamente corta. Le habría gustado terminar algo de Saramago, nunca lo leyó, pero después de tantas recomendaciones tenía ya varios años en su lista de autores por leer. Bueno, ya no podía hacer mucho más que imaginar que Ensayo sobre la ceguera es tan buen libro como aseguran que lo es. Qué lástima.

Su vida había sido muy corta. Sólo 27 y ya tenía que despedirse. Le hubiera gustado que su teléfono tuviera señal para poder enviarle un mensaje de despedida a sus amigos y conocidos. Tendría que decir algo como: sé que voy a morir, agradecería que fueras a mi funeral. Pensó que quizá habría querido planear su propio funeral y que si hubiera sabido que éste era el último día que viviría seguramente no habría ido a trabajar. O tal vez sí, únicamente para invitar a Lucía a salir. Aunque si decía que le decía que no, entonces sería un final bastante malo. No, no podía hacer eso en su último día. De cualquier modo, ya no había mucho por hacer, seguramente todo acabaría pronto.

La lista de sus pertenencias casi estaba terminada, cuando escuchó como el elevador arrancaba de nuevo, crujía y se movía lento como una persona al recién levantarse. Finalmente, llevó a Alicia al piso 32, su destino, y ella bajó para comenzar otro lunes en la oficina. Seguro morir, aún dejando todos sus pendientes, habría sido más interesante. De menos, habría sido un lunes distinto.

 

 

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