Por Paty Caratozzolo.
Uno por Béjart.- Cuando se estrenó «La consagración de la primavera», en el París de 1913, la obra fue rechazada y abucheada. No fue debido a la historia de Igor Stravinsky, que es sencilla y primigenia: mitos y ritos relacionados con la llegada de la primavera y de cómo una doncella es elegida para bailar hasta morir; el problema era la mismísima música por sus disonancias, tonalidades, métricas y ritmos.
La obra esperó más de 50 años para tener una de las más bellas coreografías con la misma fuerza de la sensualidad y de lo animal que su música. El año era 1970 y el coreógrafo se llamaba Maurice Béjart, fundador del ballet del siglo XX. Hombres y mujeres con bodies de colores deslavados, la pareja principal que baila con movimientos acrobáticos, bruscos y salvajes en el medio de un caracol formado por los demás bailarines, el caracol se desenvuelve y las parejas que se forman se funden en un solo cuerpo como si fueran ágiles arañas.
“La danza: un mínimo de explicación, un mínimo de anécdotas,
y un máximo de sensaciones”, Maurice Béjart.
«La consagración de la primavera», de Maurice Béjart.
Dos por Kylián.- En los años 70 un jovencísimo coreógrafo checo saltó a la fama con su ópera prima «Sinfonietta», con música de Leos Janácek. Se trataba de Jirí Kylián, actualmente director artístico del Netherlands Dans Theatre. Su obra más conocida podría ser «Petite Mort»: los hombres con calzón bóxer color piel danzan peleando con florines, las mujeres con corsé sobre calzón color piel se les unen y desaparecen entre unas bailarinas con vestidos negros que parecen biombos y que quedan plantados en el medio del escenario. Se forman parejas, se mueven con movimientos rápidos y sincopados, parecen tener un solo cuerpo con cuatro brazos y cuatro piernas meciéndose al ritmo del concierto para piano #23 «K488» de Mozart.
“Cualquier maestro te dirá que no se puede bailar técnica clásica con absoluta perfección, así que tienes que adaptar la técnica a tus habilidades o a tus deficiencias.
¡Aprender a hacer trampa!”, Jirí Kylián.
«Petite Mort», de Jirí Kylián.
Tres por Lock.- Uno de los más revolucionarios artistas de la danza actual, mezcla de rock y punk: Edouard Lock es un coreógrafo canadiense, fundador del grupo de danza La La La Human Steps de Quebec. Sus obras son energéticas y acrobáticas, con movimientos rápidos y de contactos físicos bruscos. Tiene un movimiento que es emblemático de sus coreografías que es el barrel jump, una pirueta horizontal en el aire a ras del piso. ¿Su mejor obra? Quizás «Amelia», con música del álbum «Amjad Sleeping Panorama» del igualmente famoso David Lang.
“El material de construcción de mis obras es el discurso contradictorio, el onírico, aquel que no se escucha con los oídos sino en un subtexto debajo del nivel racional,
casi como un código oculto”, Edouard Lock.
«Amelia», de Edouard Lock.
Hubo un tiempo en que no entendía el ballet. Apreciaba el esfuerzo de los equilibrios y la belleza de los cuerpos estilizados, pero me faltaba algo: la sensación de la pasión, la desesperación, la furia, la frustración. Me faltaban Béjart, Kylián, Lock… pero también Hwai-min, Neumeier y Baush. Seguimos en la próxima.
Foto de portada: «La consagración de la primavera» a cargo del Tokyo Ballet, en mayo 2016.
Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!
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