La Ciudad de México como toda una gran urbe tiene -por default- la responsabilidad de difundir y desarrollar el arte que se gesta en su espacio. No sólo se trata de promover al arte nacional si no también de establecer intercambios internacionales para conocer y propagar lo que está pasando en otros lados del mundo.
Pero… ¿qué pasa cuando los titulares de la sección de Cultura de los periódicos más importantes de la capital arrojan datos como que más del 50% de los mexicanos no han asistido a un museo en su vida? Sin duda algo está pasando y triste el caso es; y esta mención nada tiene que ver con el cliché acerca de “la gente culta” que usualmente se cree que lo es por el simple hecho de darse la oportunidad de establecer un diálogo con el arte.
Resulta alarmante, ya que más allá de los estratos que se encuentran marginados económicamente para el encuentro con las artes (dado a su inaccesibilidad); priva el desinterés para establecer un diálogo con las artes, específicamente, las artes visuales. De nada sirve ser una capital en donde se presume de tener más de cientos de museos cuando estos se encuentran casi vacíos, o solamente se llenan cuando resultan ser una consecuencia de un episodio mediático.
No es el acto de asistir o no al museo, es el hecho de proponerse el volarse la cabeza con algo nuevo; conocer otras mentes y otros mundos. Y no sólo ir para ver, si no que ir para observar y comprender qué es lo que está pasando con él/los creadores;intentar saber qué es lo que no comprendemos cuando vemos a una silla comoobra de arte , sentirnos menos ajenos a ese diálogo. Pues finalmente está diciendo algo de lo que somos.
En este espacio se pretende, como bien lo he mencionado a lo largo de este texto, incitar al público a establecer un diálogo con las artes visuales tras la difusión de acontecimientos al respecto. Quitarse el prejuicio de que las grandes obras están en otros lados o bien que no se le entiende nada a los artistas (¡cómo comprenderlos sin siquiera dar la oportunidad!).
Grandiosas cosas pueden existir donde menos lo pensemos y qué mejor que darles voz. No seguir esa lógica de deshecho que propone la moda, si no que conocer más alternativas, atreverse a dar el paso para volarnos la cabeza con lo desconocido, dejar de verlo como algo “raro” e intentar digerirlo, mantener un discurso con el espíritu, establecer un diálogo que trae como consecuencia una carta de diferenciación con el otro y por ende un punto a favor del autoconocimiento. Quitarle cualquier estereotipo al arte y dejarlo ser; forjar criterio tras observar a La Piedad, a ese mingitorio, a esa silla o a ese señor limpiando un casa vacía.
Ojalá que abrir los ojos fuera deporte nacional. saludos y felicidades.
¡Ojalá que sí Mike! ¡Saludos y muchas gracias por el comentario!
Aunque no es un deporte nacional, lo podemos convertir en nuestra rutina de ejercicio. Para ver las cosas de buen modo y apreciarlas es necesario hacer volar la cabeza. Tienes razón,María José.