Por Aranzazú Martínez Galeana.
En la dictadura del cerdo Napoleón sobre la Granja Animal sólo un mandamiento quedaba al final: «Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros». Hoy más que nunca esto es verdad. No somos iguales ni nunca lo seremos. ¿Cierto? Muchos podrán decir que está mal, que todos somos iguales, que cada vida vale lo mismo que otra pero, ¿realmente lo creen? No, no lo creen, ¿o me equivoco? En el fondo o muy en la superficie (en muchos casos) todos tenemos estereotipos o prejuicios y poniéndonos flexibles eso no está -tan- mal. Claro que deben ser corregidos y evitados pero, ¡afrontémoslo!, hay una familia, un entorno, una escuela, círculos de amigos y nuestra propia identidad que nos inducen a pensar de tal o cuál manera (aunque sin duda siempre podemos elegir pensar o actuar distinto). De cierta manera eso es “entendible”. Sin embargo, lo que no es justificable y menos aún, permisible, es que estos prejuicios sean cristalizados en acciones y declaraciones de intolerancia, discriminación y en casos extremos, odio.
La discriminación es una realidad y México no se escapa de ella. Aunque hace 12 años se incorporó el derecho a la no discriminación en el artículo 1° de la Constitución mexicana, y se han hecho esfuerzos importantes para prevenir conductas discriminatorias como la promulgación en el 2003 de Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación (LFPED), así como la creación al siguiente año del CONAPRED (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación), en la vida diaria las cosas siguen sin cambios significativos. El nivel socioeconómico, género, educación, preferencia sexual, edad, religión, etnia, color de piel siguen siendo a la fecha clasificaciones comunes que más que agrupar o unificar, dividen y condenan. Señalan y juzgan. Discriminan. A veces sin darnos cuenta hasta las celebramos y aún peor, las reproducimos. “Aguántese como los hombres”, “es mujer”-en especial si va al volante-, “compró su título” o su contraparte “yo si estudio, no como ese junior”, “dile a la chacha que…”, “¡es un gato!” y si le sigo, no acabamos. El punto es que en México y en el mundo (no, no haré comercial) la discriminación ya no se censura, se tolera y se da por natural. Nada peor que asumir como normal o socialmente aceptable algo que no lo es.
Según la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México 2010:
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- El 41% de los encuestados de entre 12 y 29 años contestó no estar dispuesto a vivir con una lesbiana, 39% rechazó la posibilidad de vivir con un homosexual y el 36% con una persona con VIH.
- El 63.9 % estaría dispuesto a permitir que en su casa vivieran personas de otra raza, 23.3 % por ciento no estaría dispuesto mientras que un 10.7 % “sí, en parte”.
- La encuesta reveló que el 54.8 % de los encuestados considera que se insulta “mucho y algo” a las personas por su color de piel, el 24.9% “poco” y finalmente un 17.5 % “nada”.
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Aún falta mucho que decir de este tema pero por mientras les dejo el link de la Encuesta Nacional sobre Discriminación de hace dos años. Se vale leerlo y reflexionar, pero se vale aún más actuar en contra de la discriminación, ¿cierto?
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