Por Alejandro Schwedhelm Ramírez.
El 8 de noviembre comenzó con mucha energía positiva y un gran sentimiento de orgullo en toda la gente formada afuera de una biblioteca pública en Washington D.C. por tener la oportunidad de votar en las elecciones presidenciales del 2016. Ese mismo día salí del trabajo alrededor de las 6 de la tarde para reunirme con un grupo de amigas en un bar a dos cuadras de la Casa Blanca. El ambiente en el bar era extraordinario, atascado de gente joven mirando las televisiones y esperando con ansiedad la celebración de una noche histórica en la cual se elegiría a la primera presidenta de los Estados Unidos.
Al comienzo parecía que la corriente favorecía a Hillary Clinton, y la gente celebraba cada vez que ella ganaba un estado o se ponía delante de Donald Trump en estados clave como Pennsylvania, Ohio, y Florida. Sentí como si estuviera viendo la final de un mundial de futbol apoyando al equipo favorito en un emocionante partido. Sin embargo, a lo largo de las horas, cuando Trump comenzó a tomar ventaja en los estados clave, y poco tiempo después a ganarlos, los gritos de celebración empezaron a apagarse hasta que dominaron gestos de tristeza e incredulidad sobre la realidad de que a alguien a quien su equipo le tuvo que quitar su cuenta de Twitter, se le iba a otorgar la confianza de tener acceso a los códigos nucleares.
Al día siguiente, la ciudad y la oficina parecían estar de luto, con una mañana lluviosa y gente con ojos llorosos o con ojeras que daba a entender que no habían dormido toda la noche anterior. Las pocas palabras intercambiadas entre mis colegas eran sobre cómo no podíamos creer que la mitad de un país de casi 320 millones de habitantes había apoyado a un candidato como Donald Trump.
En medio de confusión y de poca fe en la sociedad, me puse a tratar de reflexionar sobre el porqué las cosas se habían dado de esa forma. Sin duda, los Estados Unidos es un país muy dividido culturalmente y socialmente. La mayoría de la gente que votó por Trump es gente que vive en zonas rurales del país y que ha pasado por grandes dificultades económicas y cuya percepción de la realidad es muy distinta a la de la gente que vive en las grandes metrópolis, como Nueva York, Los Ángeles, y San Fransisco. Muchas de las zonas rurales del país se han visto afectadas por su baja diversidad económica y dependencia en una sola industria (por ejemplo, manufactura y minería), que cuando quebró o se fue por los efectos de la globalización y/o cambios en la tecnología, dejó a la gente con pocas opciones para salir adelante, y con gran desesperación al grado de votar por alguien que reconocía sus problemas y decía poderlo arreglar todo.
Relacionadas con estos factores económicos también existen grandes diferencias culturales entre las zonas rurales y urbanas de los Estados Unidos. Es por esta división tan marcada que la gente de los dos mundos debe tratar de entenderse a través de un argumento constructivo en lugar de etiquetarse el uno al otro como “bola de ignorantes” o como dicen acá, “deplorables” o “thugs.” Lo mismo tiene que suceder en el gobierno para que las políticas que se generan busquen resolver los problemas de la gente que vive en los dos mundos. Lograr esto ha sido particularmente difícil debido a los medios que se han enfocado en promocionar material no sustantivo, y por los medios sociales que han difundido y polarizado la información de los dos lados. Por ello, los grandes noticieros tendrán que fijarse estándares de ética y abstenerse a esparcir material que es tóxico para el argumento y el entendimiento de eventos en la política. De la misma forma, el ciudadano tendría que actuar como filtro de información y usar los medios sociales para buscar el entendimiento y el aprendizaje. Ahora que Trump ha sido elegido, no queda de otra mas que desear que haga un buen trabajo y demandar como ciudadano el que no continúe su retórica xenófoba ni trate de establecer leyes regresivas que empeoren la economía global a lo largo de su presidencia.
En menos de dos años tendré el privilegio de también votar en las elecciones presidenciales de México. Para entonces, espero poder estar lo mejor informado posible para tomar una buena decisión, y sobre todo, espero que como mexicanos logremos que el proceso de las campañas y elecciones sea menos divisorio y más constructivo de lo que fue en los Estados Unidos.
Fotos: Bryan Docter.
Alejandro Schwedhelm Ramírez / Columnista Invitado. Urbanista y geógrafo que trabaja para una firma consultora de desarrollo internacional en Washington DC. De asendencia mexicana y alemana, Alejandro creció en Ciudad de México y ha vivido gran parte de su vida en los Estados Unidos.
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