Texto por Uriel Delgado.
Fotos por Blanca Cruz.
“¿Qué onda con ese bato? Dejé de ir un año a Sonora y de la nada todos mis compas ya son fans de ese güey”, me comenta uno de mis mejores amigos, originario de Navojoa, al enterarse que iré a cubrir el concierto de Juan Cirerol en el Lunario. Misma incredulidad que se puede ver entre varios compañeros fotógrafos al enterarse a la entrada del venue que no podrán quedarse en el lugar después de las famosas tres canciones, pues el concierto acaba de ser sold out. “¿Te cae?”. Dudas que desaparecen al subir las escaleras del recinto y chocar contra la mole de gente que hace lo imposible por estar unos metros más cerca del último ídolo de la canción popular mexicana.
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Siempre he creído que los minutos antes de que empiece el concierto son tan valiosos como todo lo que pasará después, y en esta ocasión fue el ejemplo perfecto. El “olé, olé, olé, Cirerol, Cirerol” se oía como si la presentación ya fuera a terminar y en realidad el stage manager aún ni terminaba de acomodar el escenario. Las peticiones ya comenzaban y el originario de Mexicali todavía ni se asomaba. ¿Quién dijo que llenar un Lunario es difícil mientras al lado está tocando Reik?
Con los primeros acordes de “Algo que tenemos en común”, todas las respuestas llegaron a mí. Cirerol es un verdadero rockstar y sus fans son los groupies más apasionados que me ha tocado ver. Apenas pasaron las tres canciones sagradas para los fotógrafos, y él ya estaba mandando besos y amagando con aventarse al público. “Aviéntate” se escuchó en todo el lugar, y el personaje que emitió el grito abrió los brazos para recibirlo. El cachanilla lo dejó con las ganas pero a cambio ofreció una buena dosis de guitarrazos que iban soltando gritos y coros. La esencia detrás de su éxito se pudo ver a partir de “Eres pura sensualidad”, tema en el que se quedó solo en el escenario para recordar aquellos tiempos en los que recorría la ciudad fronteriza sin nada más que su guitarra, tras darse cuenta que el punk en inglés no era lo suyo. Lo suyo es cantarle a las almas adoloridas y su público le hace honor a eso.
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La banda regresó para “El corrido Chicalor”, tema de su nuevo EP «En los días de música triste», y que fue el pretexto para esta reunión en el hermano menor del Auditorio Nacional, pero que en realidad funcionó como celebración para el recorrido del chicalense y encuentro para todos los seguidores que necesitaban cantarle al romance con el corazón en la mano. No hay nada más tonto e innecesario que seguir definiendo géneros musicales en pleno siglo XXI, así como definir a un público por sus gustos. Por eso la presentación de Cirerol fue el lugar ideal para olvidarse de las etiquetas y disfrutar de la música hecha para sentir. Para soñar. Se vale dejarse llevar cantando “La banqueta”, “La chola” y “Piso de piedra”. Se vale elegir a Juan Cirerol sobre Reik. Se vale disfrutar de la música norteña y por supuesto que se vale soñar.
Juan Cirerol es el estandarte perfecto para todos aquellos que en algún momento se sintieron únicos y diferentes por sus gustos musicales, pero al final encontraron en la guitarra y el amor lo único que necesitaban. Para aquellos que desde un principio lo aceptaron y no tuvieron que ponerle la etiqueta de folklore para disfrutarlo. Para los que bien se pueden poner un sombrero norteño o una cresta llena de gel. El cachanilla y su guitarra son la amalgama perfecta para esto y el Lunario fue el crisol donde todo se terminó de unir. Los días de música triste seguirán presentes, pero los días de música sin pretensiones les ganarán el puesto. “Ese bato es un rifado”, le contestaré a mi amigo cuando lo vuelva a ver.
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