Por Paty Caratozzolo
“La música es suficiente para toda una vida.
Pero toda una vida… no es suficiente para la música”,
Serguei Rachmaninov.
Serguei Rachmaninov, considerado el último de los compositores románticos, empezó su carrera de pianista muy joven; a los trece años compuso una transcripción para dos pianos de la sinfonía «Manfredo» de Tchaikovski, a los catorce compuso su «Scherzo en re menor» y a los dieciocho su primera composición para dos pianos, que llamó «Rapsodia Rusa».
Era capaz de componer e interpretar en el piano obras de una intensidad y complejidad inauditas, donde además los dedos de ambas manos se someten a un estrés casi inhumano, para abarcar intervalos de hasta una 13ava. Es que Rachmaninov medía 1.98 metros y sus manos eran enormes.
El dúo cómico Igudesman & Joo, creador de los espectáculos más hilarantes de la música clásica contemporánea, incluyó en su show «A little nightmare music» unos aparatosos puentes de madera para interpretar el «Preludio #2 en do sostenido menor, opus 3», la obra más famosa de Rachmaninov, compuesta a los 19 años y que es toda una demostración de digitación “acrobática”.
Igudesman & Joo interpretando el «Preludio #2 en do sostenido menor» (2004).
Todo parecía miel sobre hojuelas hasta que en 1897 estrenó su «Sinfonía #1», que resultó un rotundo fracaso. Para empezar el director Alexander Glazunov hizo una ejecución sosa y lamentable (parece que estaba bastante ebrio) y para terminar el crítico ruso-francés César Cui hizo una ácida crítica diciendo que la obra era parte de las diez plagas de Egipto (parece que estaba bastante celoso). Como sea esto provocó una profunda depresión en Rachmaninov, que apenas tenía 24 años y creyó que su vida profesional terminaba allí mismo.
Me recuerda a la película «Las manos de Orlac» (1924) donde Conrad Veidt interpreta a un pianista que sufre un terrible accidente. En una fantasiosa operación le injertan las manos de un condenado a muerte. La recuperación es asombrosa y el pianista podría recuperar la habilidad para la interpretación… si no fuera porque se entera que el donante era un asesino serial. La sugestión es tan grande que siente que sus manos lo obligan a ser violento, se obsesiona y siente que ya no tiene control sobre su propia mente. El pianista no se recupera hasta que se descubre que el donante era inocente y había sido ejecutado injustamente.
Conrad Veidt interpreta al pianista de «Las manos de Orlac» (1924).
Rachmaninov sentía que ya no podría volver a componer jamás y si no hubiera sido por las innovadoras terapias de hipnosis del doctor Nicolai Dahl no lo hubiera logrado. Durante casi tres años Dahl lo hipnotizaba cada día y le repetía que la siguiente composición, concretamente un concierto para piano, sería todo un éxito y el reinicio de una fantástica carrera.
Efectivamente, en 1901 Rachmaninov escribe su «Concierto para piano #2», dedicado al propio Dahl, que tiene unos primeros acordes inolvidables y una melodía suntuosa y subyugante que al día de hoy sigue haciéndonos suspirar.
Ah… el poder de la sugestión, que tanto nos depara la ruina como la gloria.
Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!
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