Como siempre sucede con las marchas multitudinarias, el éxito se mide en cantidad de personas congregadas y no en la materialización de cambios transcendentales a lo que aspiran y que son el origen de las convocatorias.
El domingo 12 de febrero de 2017 la sociedad civil salió a las calles de al menos 15 estados del país, para hacer un reclamo contras las políticas migratorias y sociales de Donald Trump.
Según cifras oficiales, en Ciudad de México la marcha denominada «Vibra México» convocó a 22 mil personas; en Jalisco 16 mil, en Puebla 2 mil 300, y se esperan cifras de Monterrey, Guanajuato y Tabasco, entre otras entidades.
Una de las organizadoras de esta manifestación, María Amparo Casar, presidenta de la organización Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, señaló que esto ha mandado un mensaje claro a Donald Trump.
“Marchamos en orden y el mensaje fundamental, fue el de no a las políticas de (Donald) Trump y no las deportaciones, y una gran solidaridad con los mexicanos, independientemente de su situación migratoria en Estados Unidos», dijo Casar.
Ahora, más allá de los convocantes, los organizadores, las consignas y la fuerza con que se hayan gritado palabras de rechazo, la pregunta que queda en el aíre es: ¿a Donald Trump le importa lo que pensamos los mexicanos?
Yo supongo que no, ya que si fuera de otra manera, sus discursos, sus acciones y decisiones hubieran mandado señales distintas a las que ha enviado desde que comenzó su campaña presidencial y luego en su ascenso en el poder.
Siempre es bueno mostrar el músculo, el nivel organizativo y de convocatoria a nivel social; hacer visible el enojo, pero también creo que es hora de pasar de las palabras a los hechos.
La única manera de contrarrestar los efectos de las decisiones de Trump y de apoyar a los migrantes que puedan ser deportados, es creando un entorno interno en donde –tanto autoridades, empresarios, academia y sobre todo la sociedad civil– se comprometan a consolidar los proyectos productivos nacionales en todos los ámbitos; esto será la clave para afrontar los momentos difíciles.
Estas mismas organizaciones y personajes públicos que convocaron a las marchas, bien podrían ahora comenzar con una campaña de concientización de la sociedad, en donde nos quitemos los complejos y el “nacionalismo” de boutique –es decir, de moda– para de verdad avanzar en temas como inclusión y tolerancia.
Inclusión en el sentido de que si bien estamos acostumbrados y a muchos sectores de la sociedad les encanta presumir y aparentar con marcas de diseñadores, también sería bueno que le echaran un ojo a los creadores nacionales de moda, a los emprendedores que han desarrollado marcas locales y apoyarlos comprando y difundiendo sus productos.
Tolerancia en el hecho de aceptar y entender que en México también hay proyectos valiosos, que incluso en comunidades rurales o indígenas se han desarrollados modelos de producción y negocios sustentables de clase mundial.
Hay regiones del país que tienen una economía local dinámica gracias a cooperativas, red de pequeños productores y el fortalecimiento de una línea de comercio justo que ha mejorado sus condiciones de vida.
Esto entre muchos proyectos en todas las áreas, desde las de innovación, desarrollo tecnológico e investigación científica; hasta las cuestiones académicas, culturales y de integridad social.
Ese término «malinchista» –que yo no creo en él, pero que existe por algo–, debe de dejar de ser un adjetivo calificativo que nos define.
De nada sirve salir a gritar consignas, si tenemos activo ese chip que nos condiciona a preferir cualquier cosa que nos ofrezcan las marcas del extranjero, aunque su maquila sea hecha por manos chinas, filipinas o vietnamitas.
Y estos cambios solo se lograrán si los grandes líderes de opinión dejan de voltear a Estados Unidos y se concentran en descubrir y difundir el talento nacional y sus virtudes.
Esto será el resguardo de los migrantes repatriados y para los que piensan ir en busca del «sueño americano», ya que México necesitará más fuentes de empleos y modelos de desarrollo sólidos, y es ahí en donde toda la sociedad puede contribuir de manera activa.
Es una cuestión de cultura, de educación y de seguridad en sí mismos. Nos asumimos como una sociedad moderna, liberal y de avanzada; pero actuamos bajo valores del colonialismo histórico en donde nos enseñaron que valemos muy poco y que además, no somos buenos en nada.
Si las marchas ayudan para cambiar esto, qué bueno que miles de personas se sigan congregando, gritando y reclamando; pero si solo son eventos aislados en donde combinamos los fantasmas del pasado y las ilusiones del futuro, entonces mucho cuidado, que Trump nos va avasallar por nuestra falta de nacionalismo productivo.
Foto: Adrián Martínez.
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