Zapatito rosa, zapatito azul

Por Aranzazú Martínez Galeana.

¿Y los demás colores? No parecen tener cabida en México. ¿Pruebas? Según la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México del 2010 1 de cada 10  personas considera que las personas homosexuales deben cambiar sus preferencias mientras que 1 de cada 10 considera que deben ocultarlas. Por otro lado, 1 de cada 2 personas lesbianas, homosexuales o bisexuales (en este apartado de la encuesta no se hace mención de las personas transgénero) afirma que los principales problemas a los que se enfrenta son: la discriminación, la falta de aceptación y finalmente, las críticas o burlas. Y 7 de 10 concuerdan con la afirmación: “En México no se respetan los derechos de los homosexuales y bisexuales”.  ¿Cierto o falso? Sin duda me inclino por la primera opción.

Zapatito rosa, zapatito azul.

Si dejamos de lado estas desalentadoras estadísticas veremos que en últimas fechas han dejado de ser meramente números para convertirse en acciones que discriminan y promueven aún más la intolerancia cínica en la que la sociedad mexicana vive. Para muestra el tan atinado discurso realizado por un asistente al Parlamento Juvenil de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Sus declaraciones así como las repercusiones que ellas causaron no son más que un reflejo de la incongruencia en la que vivimos. Tomando el papel de abogada del diablo debo decir que no es válido satanizar únicamente a este individuo, debe hacerse lo propio con nuestro sistema de creencias y valores que no integra o incluye, sino más bien, divide y reina.

Desde pequeños fuimos condenados y clasificados a repetir los estereotipos y prejuicios forjados por generaciones anteriores. Y sin más, firmamos el contrato. Si eras niño y jugabas con muñecas eras la burla de tus amigos o incluso del regaño de tus padres. Si eras niña y preferías el fútbol por encima de jugar a la comidita eras marimacha convirtiéndote indudablemente en objeto de críticas por parte de tus congéneres. Ni que decir de aquel niño que se daba cuenta que no le gustaban las niñas sino los niños. Sucesos que debieran de ser recordados con gusto o emoción muchas veces se tiñen de confusión, miedo o vergüenza. No había punto medio, ¿por qué tendría que haberlo? Eras rosa o eras azul. Inicialmente la edad era una “disculpa” para discriminar y señalar, a fin de cuentas ya nos decían nuestras mamás “los niños son crueles”. Con el paso de los años dejó de ser una excusa o en teoría debería de serlo.

Ahora como jóvenes o adultos ya no deberían existir justificaciones válidas para intentar entender comportamientos discriminatorios. Sin embargo, todo el tiempo se siguen aplaudiendo conductas y actitudes homofóbicas, se dan por socialmente aceptadas. Esta situación se torna aún más crítica cuando ya no sólo se comulga con una idea de esta índole sino que se mata por ella. Sin ir más lejos el Colegio de México, en un estudio realizado a 71 periódicos de 11 estados de 1995 al 2009, señaló que en México ocurrieron 640 crímenes de odio en contra de la llamada comunidad LGBT. Esta institución educativa aclara que estas cifras pueden ser superiores (1,656 asesinatos) ya que muchas entidades federativas no guardaban registros de este tipo de crímenes, es más, muchas no reconocían el tipo de delito mencionado. De acuerdo a un estudio realizado por la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal,  México está ubicado, únicamente por debajo de Brasil, como el país latinoamericano con el mayor número de crímenes de odio en la región. Walt Whitman dijo una vez, “cuando conozco a alguien no me importa si es blanco, negro, judío o musulmán. Me basta con saber que es un ser humano”. Agreguemos a su frase aquellas categorías que señalan diversas preferencias sexuales para después borrar todas y entender de una buena vez que con sólo el hecho de ser personas gozan y merecen del mismo respeto que todos los demás. Bastémonos con eso.