Por Asfaltos.
19 de septiembre, fecha que desde que tengo memoria siempre ha sido importante para mi ciudad, para mi familia y para mí. Fue un 19 de septiembre, pero de 1985, cuando en Ciudad de México se vivió la herida más fulminante que la capital mexicana ha recibido; fue ese mismo 19 de septiembre cuando la vida para mi familia dio un vuelco definitivo.
Me levanté temprano, como todos los martes, y empecé labores; entre ellas, subir y programar algunos textos para este sitio. La fecha lo ameritaba, y si bien no había en sí un texto original en esta ocasión, en nuestro #ArchivoRCMX vaya que sí me encontré con un buen material relativo. Entre los textos incluí curiosamente uno que escribía mi papá con motivo del 30° aniversario, texto a través del cual conocí finalmente de su propia boca detalles de ese día, sí, 3 décadas después. Un silencio respetuoso se sentía por la fecha, pero también, un miedo que tardó en salir por tantos años. Quién iba a decirme que ahora yo escribiría otro texto similar, justamente 32 años después.
En mi agenda del día como reportero había dos eventos de cine en Cineteca Nacional, mismos que dejé pasar por la premura del tiempo y por el hecho de que había que dejar programado en redes sociales y en el portal una serie de textos. Además, a las 11:00 horas en punto, habría justo un simulacro con motivo de la fecha; y como es habitual en Reconoce MX, los sismos y simulacros nos los tomamos en serio. La única cita a la que asistiría sería antes de la hora de la comida, en la colonia Roma Norte…
Primero tomaría un camión para dirigirme hacia Metro Taxqueña, luego de ahí tomaría rumbo hacia Metro Pino Suárez, y de ahí transbordaría otra línea que me llevaría a Metro Sevilla. La cita era en Corredor Salamanca ubicado en la calle de Salamanca #32; el motivo era una entrevista, entre otros, con Eduardo España, actor de «Morir de amor».
Como es mi costumbre -y no por ser pretencioso-, llegué a tiempo. Es más, mi idea era llegar allá a las 13:30 horas, puesto que mi turno al micrófono era a las 13:45 horas; y llegué temprano. A eso de las 13:00 horas saliendo de Metro Sevilla me encontré a mi amigo y colega Julio López de Canal 22, con quien enfilé justo hacia el lugar en automático, mientras platicábamos de todo y de nada.
«Un mercado hipster más», pensé, cuando después de caminar al fondo me encontré con quien nos guiaría hacia la parte de arriba, pero de nuevo hacia el fondo -al fondo, al fondo…-. Todo normal. Saludo a los anfitriones, colegas de Loft Cinema, y a al amigo y también compañero de Radio y Televisión Mexiquense, Rolando Martínez. Todo bien, todo normal, y entonces dieron las 13:14 horas. «Ah caray, vaya que se mueve este puente», comenté. «Sí, se mueve mucho», me dijeron entre risas todos. Después todo fue caos.
«¡Está temblando, salgan!» Estaba confundido, preocupado y sí, aterrado. No sabía hacia dónde moverme, pues como las escaleras estaban al fondo había que recorrer todo el largo primer piso para llegar a la planta baja y luego recorrer ésta también en toda su longitud para finalmente salir. Pensé rápido en guarecerme por un momento bajo una mesa, ¡vi que alguien hizo eso!, pero la turba se seguía moviendo. Huímos todos.
No me fijé mucho en el trayecto por el primer piso, si acaso que alguien me tomaba del brazo para salir corriendo también; ví de reojo, era Eduardo España, a quien iba a entrevistar. No fue hasta sino hasta la planta baja que me percaté un poco de la magnitud del temblor. Todo se movía. Era un caos. No era un sismo común y corriente. Luego, de milagro y después de pensar que terminaría entre las escaleras cuando todavía en movimiento las bajamos: la luz. Estaba fuera, estaba a salvo.
Muy desorientado, sacudido como todos los que salimos a la calle de Salamanca, alcancé a ver a un exalumno al que me dio gusto ver, le hice un chiste y luego me fui -fue raro, quizá ni se dio cuenta de que era yo-. No sabía hacia dónde moverme, no sabía qué hacer. La gente gritaba y a la vuelta, en la esquina de Salamanca con la calle de Puebla, gritos. «¡Una polvareda!» «¡Aléjense que ahí hay químicos!» Me moví, creo que vi de nuevo a Rolando quien marcaba por teléfono, y después me encontré en la esquina de Salamanca y Durango. El camellón estaba lleno, no supe cómo llegué ahí. Mucha gente muy nerviosa, algunos llorando. Yo intentaba tranquilizarme y tomar respiraciones. Dieron las 13:30 horas, tomé mi celular y lancé mi primera transmisión; debía informar. «Estoy aquí para Reconoce MX, Enrique Figueroa…»
Después, dando vueltas por la zona, regresé a la calle de Puebla donde había visto la polvareda, donde nos movieron porque había químicos; donde sí, un edificio de 3 pisos había colapsado. ¡Colapsó! ¡Fue un terremoto! Justo en la misma cuadra donde me encontraba. Tenía que informar, que la gente supiera de inmediato y acudiera a ayudar; volví a conectarme e informé lo que veía. Eran las 13:53 horas, había pasado poco más de media hora del sismo, el sismo que había sido un terremoto que sacudió Ciudad de México y la volvió a lastimar.
«¡Mi familia!», reaccioné. Mi papá, justamente, me marcó. Vio la transmisión que hice y preguntó por mí. «Todo estaba bien, ‘solo el susto'», respondí. Respiré, él también estaba bien. ¿¡Pero y mamá, mi hermano!? No entraba la llamada, no había señal. A una chica le pasó igual, lloraba, había dejado su teléfono; le presté el mío, todos estaban bien. ¿Pero y mi mamá, mi hermano? No contestaban. Zozobra.
Mandé un mensaje de WhatsApp e intenté calmarme. Quería y necesitaba saber qué había pasado, me conecté a la radio que llevo siempre conmigo como desde aquel día en los 90 cuando me regalaron mi primer aparato. 7.1, epicentro en Puebla. Llegué a Avenida Chapultepec, gente asustada como yo y unas trabajadoras del IMSS cuidando de los niños tambíén espantados. Caminé por Chapultepec hacia el centro y me encontré con algunos edificios con vidrios rotos. Llegué a Monterrey.
Mientras caminaba sobre Monterrey me topé de nuevo con Durango, donde otros edificios lucían con sendas cuarteaduras. Seguí sobre Monterrey, debía llegar a Álvaro Obregón donde también en radio escuchaba que un edificio se había caído y donde podía auxiliar, ayudar. Caminé por Álvaro Obregón, pero hacia el otro lado. Seguía desorientado, me movía por moverme y ni sabía ni a dónde moverme.
Avenida Cuahtémoc, Calle Dr. Velasco y Calle Dr. Lucio; había llegado a la Doctores. Multifamiliares lastimados, edificios evacuados, gente en las calles visiblemente nerviosa. Caminé y caminé, me moví y me moví. Capté daños. Informé. Me movía agitado, nervioso y tremendamente zarandeado.
Dr. J Navarro, Av. Niños Héroes y luego en el camino un agua de limón con chía «a precio de promoción». Finalmente Metro Niños Héroes, y de ahí rumbo al sur. Antes de eso, mi hermano. Mi mamá y él estaban bien. Tranquilidad. Pero ahora, necesitaba llegar al sur, verlos. En la radio escucho que en la calle donde vivo: un multifamiliar caído. Miedo. Debo regresar.
Llegar al sur no resultó nada sencillo. Primero de Metro Niños Héroes me dirigí a Metro Coyoacán donde según yo tomaría un taxi y llegaría a casa. Cuando salí del metro, que por cierto lucía en silencio sepulcral y prácticamente vacío, me reencontré con el caos. Calles llenas de autos, ríos de gente caminando por ellas. «¿Estás dando servicio?», pregunté al que cuidaba un sitio de taxis, quien secamente me dijo que no. A caminar, a llegar a Río Churubusco y caminar.
Éxodo. Con el tránsito detenido y el transporte público en camiones colapsado, no había mas que caminar. Ahí me encontré con jóvenes y adultos, todos caminando tras la escuela o el trabajo; todos huyendo hacia el sur o hacia el oriente. En ese trayecto conocí a Jazmín, quien detuvo su auto y se ofreció a llevarnos a mí y a un grupo de hombres. En la banqueta, quien aparentemente organizaba eso, preguntó quién iba hacia Eje 5 y sin pensarlo me subí y me saludó. Hace no pocos días un chofer había matado a una joven en Puebla; en México los feminicidios son altos y tristemente comunes. A pesar de ello, esa tarde del 19 de septiembre, una chica sola se ofreció a llevar a hombres completamente desconocidos solo por las ganas de ayudar. Entre lo triste que veía y escuchaba, algo tomaba un color, por así decirlo, más cálido.
En cuanto me acercó a donde me dirigía, le agradecí como mil veces. Ya, de Centro Nacional de las Artes volví a a caminar y caminar para después de algunos minutos finalmente llegar a mi colonia, donde si bien en el camino me encontré con algunos leves daños en fachadas, nada grave. A unos edificios de mi casa un letrero pegado sobre un negocio que cerró temprano: «Mamá, estoy con Ruth. Todo bien». Todo bien… Sonreí.
Día difícil y día que fue el preámbulo de muchas emociones más que al día de hoy no logro descifrar ni cómo compartir. Días pesados, días de rescate, de llevar víveres, de informar, de cargar, de organizar, de reír y de llorar; días en los que mas que el cuerpo, el alma se llena de tremendo cansancio. Han habido emociones fuertes, felices y tristes. Ha habido alegría, sí, pero también mucha tristeza. Sí, también ha habido miedo, mucho miedo.
Al momento que escribo apenas logro sentarme a dejar lo que traigo en la cabeza y compartir lo que viví en esas primeras horas tras el sismo del 19 de septiembre de 2017 y soltarlo. Necesitaba hacerlo.
El día que escribo, sábado 23, volvió a temblar por la mañana. En el momento en el que escuché la alarma sísmica y corrí me di cuenta de algo: ya nada era lo mismo; ahora todo había cambiado.
Fotos: Enrique Figueroa Anaya / Reconoce MX.
Asfaltos. Sobrevivo en una ciudad junto a millones de personas. ¿Mexiqueño? Me enamoro rápido y olvido difícilmente. Amo la música, el cine, los cómics, las mujeres y -últimamente gracias a los servicios de streaming– las series también. Vivo la vida a través de letras y melodías. Músico frustrado. Me pueden encontrar escuchando U2, Radiohead y Coldplay; así como Grand Funk Railroad, Styx y Eric Burdon; Chetes, Jumbo y Siddhartha; y hasta Jesse & Joy, Silverio y Aleks Syntek. Batman y Star Wars mis pasiones; también el Cruz Azul, pero ya saben… subcampeonísimo. Sobreviviente y náufrago; ermitaño que odia la soledad.
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