Este caso ha sido un escándalo mediático, de seguridad y de justicia. La historia de Marco Antonio Sánchez Flores, un joven de 17 años estudiante de la preparatoria 8 de la UNAM, que fue detenido hace una semana por elementos de la policía de Ciudad de México; luego según lo soltaron, despareció y apenas el domingo pasado lo encontraron vagando por las calles del fraccionamiento Los Álamos en el municipio de Melchor Ocampo, en el Estado de México.
Pero su estado era deplorable. Golpeado física y emocionalmente, sin saber siquiera su nombre, ahora está en una clínica mental para determinar su condición y tratar de ayudarlo a recordar qué fue lo que pasó y por qué terminó en las calles de Tlalnepantla como si fuera un vagabundo.
La historia es triste, despierta mucha incertidumbre y lo peor de todo, desconfianza. Y hechos como este ratifican la percepción de vulnerabilidad con que vivimos hoy día los ciudadanos del todo el país.
Según la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU), 71.1 por ciento de hombres y 80.3 por ciento de las mujeres dijo sentirse inseguro en la ciudad en la que vive, y las zonas oriente y norte de la Ciudad de México son las que se perciben como las peligrosas por la población capitalina encuestada.
Pero lo cierto es que aún a la espera de saber hacia dónde apuntan las investigaciones, de conocer la versión de Marco Antonio y de determinar cómo fue que terminó en las calles y en esas condiciones, la imagen de la policía, de la Procuraduría y del propio jefe de gobierno de la Ciudad de México, han sufrido un golpe tremendo; me atrevo a decir que es uno de los peores de esta administración.
Y no se trata por solo por la manera en que abordaron el tema, que para muchos resultó sospechoso que ninguna autoridad sabía nada y de repente todo se aclaró y lo encontraron, sino porque contradice el esfuerzo –y yo he sido testigo de ello– que han hecho tanto la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México como el mismo Miguel Ángel Mancera, de crear órganos policíacos profesionales, respetuosos de los derechos humanos, con protocolos claros y que cuidan a la sociedad.
Todo esto se vino abajo y ahora los dos policías involucrados han quedado como esos abusivos que operaban bajo en régimen corrupto de la década de los setenta u ochenta en el otrora Distrito Federal, y bajo figuras autoritarias y oscuras –no solo por el color de piel de su dirigente, que se hizo famoso por ser «negro», sino por sus maneras de actuar–.
Hundida bajo la percepción de que los delitos se han incrementado en Ciudad de México, la policía sigue y seguirá siendo catalogada por el grueso de la sociedad, como aquellos que detienen a los delincuentes y con una «lana» los sueltan cuadras más adelante sin ser presentados ante el Ministerio Público –que es en donde realmente suceden estos actos de corrupción–.
Y nuevamente, el caso de Marco Antonio Sánchez Flores ratifica esta creencia, ya que según la declaración de los propios policías que lo detuvieron, lo soltaron unas cuadras adelante a petición de un «individuo» desconocido hasta el momento; aunque luego declararon que no lo presentaron ante el MP porque no tenían ninguna prueba en su contra
Peor aún todavía, lo detienen solo porque sospecharon de él, un acto que no solo atenta contra sus derechos civiles, sino que bajo esta perspectiva, nos pone en peligro a todos los miembros de la sociedad; ya que en cualquier momento podemos ser acusados de tener la intención de robar a alguien, como fue lo que supuestamente sospecharon esos uniformados.
De verdad que es una historia humana muy triste por lo que le pasó a este joven; y es un hecho devastador a nivel institucional, ya que la sociedad requiere, necesita y es urgente tener órganos policíacos dignos de confianza, cosa que en el país, parece que difícilmente vamos a tener algún día…
Foto: Alto Nivel.
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