Si está pobre es porque quiere

Por Aranzazú Martínez Galeana.

¿Cuántas veces no han escuchado “Si está pobre es porque quiere”? Les puedo asegurar que muchas. Más allá del tono clasista que implica un comentario como el anterior, muestra una forma sumamente  particular que como mexicanos tenemos de entendernos o mejor dicho, de desentendernos de una realidad que por más que voltees la cabeza o cierres los ojos, no desaparecerá ni tampoco lo harán los 52 millones de pobres que hay en México. De acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), del 2008 al 2010 el número de personas que vive en condiciones de pobreza pasó de 48.8 a 52 millones; en otras palabras esto equivale a que 1,003 de los 2,400 municipios que existen en el país el 75% o más vive en la pobreza. Por otro lado la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) afirmó que México ocupa el segundo lugar, sólo por debajo de Chile, como la economía con mayor desigualdad social que integra al organismo. Suena exagerado, pero si partimos del hecho que 11 de los hombres más ricos del mundo (según la revista Forbes del año pasado) se encuentran en nuestro país y poseen ganancias cercanas a 112,300 millones de dólares, que equivale a 10% del Producto Interno Bruto (PIB), nos daremos cuenta que no lo es tanto. La desigualdad es real y duele en México, mucho.

Si está pobre es porque quiere.

Si partimos de la premisa que desde que nacemos existen condiciones económicas, políticas, sociales y culturales que nos determinan y en mayor o menor medida influyen en nuestro porvenir, concluiremos que no hay mucho por hacer; el dado estaba cargado desde el principio. Podemos argumentar que tenemos posibilidad de elegir, de hacer y deshacer, pero si miramos detenidamente veremos que no es así. En su libro “Desarrollo como libertad” el economista indio Amartya Sen propone algo sumamente interesante. Una sociedad es desarrollada en la medida en la que su población es libre. De acuerdo con él, el enfoque de cómo ser  percibe el desarrollo dentro de un mundo altamente globalizado y competitivo que no es el adecuado. No se debe medir en función del dinero o bienes materiales que se pueden poseer, éste más bien debe ser calculado basándose en libertades o mejor dicho, en la posibilidad de elegir.  Él argumenta que la falta de elección repercute directamente en el desarrollo de la persona (por ejemplo, si una persona no es libre de participar en un sistema económico que le permita ganar lo necesario o se encuentra sujeto a condiciones económicas desfavorables como ser migrante y recibir mínima remuneración económica, se desencadenan una serie de consecuencias que terminan mermando su desarrollo individual). Bajo este concepto, ¿qué tan responsables son los “pobres”? ¿Están así porque quieren? La respuesta es no. Existe un sistema que sigue perpetuando y reproduciendo esas diferencias, y peor aún, agudizándolas. Este argumento no implica la victimización de unos a costa de otros; no quiere decir que en la sociedad los pobres automáticamente son buenos y los ricos malos, no. Implica que más allá de discursos idealistas estas diferencias deben ser, y en términos prácticos, es hablar de buscar resarcir esas condiciones aleatorias que después se vuelven dictadas y replicadas a conciencia. ¿Qué tan desarrollada puede considerarse una sociedad que en lugar de permitir y fomentar el crecimiento personal, que después será social, lo limita e inclusive lo reduce? Si no existen condiciones apropiadas de salud, educación, igualdad de género, trabajos bien remunerados y demás elementos, caemos en un punto donde la libertad es reducida o nulificada. México se encuentra inmerso en su propia contradicción y con él los millones que habitan en su territorio viviendo en condiciones de pobreza, según muchos, porque así lo quieren.