Por Asfaltos.
En el ambiente se sentía. Una mezcla entre alegría y tristeza. La melancolía, la tarde del sábado 21 de abril de 2018, se hizo presente en todos los que llenaron por última vez el Estadio Azul. No será el último evento deportivo que ahí se realice -ese honor corresponderá a otro deporte, que por cierto, fue el primer albergado por ese inmueble-; pero sí fue, por lo pronto, el último partido del equipo de fútbol al que dio cobijo. Fue el último instante en el que el Estadio Azul sirvió de hogar para los miles de aficionados al Cruz Azul que lo hicimos nuestro. Ya no habrá Estadio Azul, por lo menos, no en el futuro cercano.
La primera vez que pisé el Azul fue hace 17 años, el miércoles 16 de mayo de 2001. El marco era espléndido: el juego de vuelta de los octavos de final de la Copa Libertadores 2001. El rival era el Cerro Porteño, el estadio lucía un lleno espectacular. Me acompañaban mi mejor amigo Alex y mi papá que había conseguido los boletos. El triunfo fue el aderezo perfecto para esta tarde/noche de fútbol en la capital mexicana; los goles de José Saturnino Cardozo -prestado por el Toluca- y de Ángel «Matute» Morales siguen retumbando en mi memoria. El Azul, desde ese momento, se convirtió en un segundo hogar para mí.
Como aficionado del Cruz Azul desde aquella final ganada frente al Club León en el Invierno 1997 -con aquel inolvidable gol de tiro penal de Carlos Hermosillo-, mi relación con el Estadio Azul fue anterior a la primera vez que le pisé. Los juegos en casa del equipo que me enamoró se realizaban en su cancha. Ahí vi y lloré varias derrotas; ahí vi y grité como loco varios triunfos. Fue en esa cancha donde Francisco «Paco» Palencia me hizo apasionado al Cruz Azul; donde también Óscar «Conejo» Pérez me emocionaba con sus lances. Fue en esa misma cancha donde lloré la primera final que me tocó ver perdida frente al Pachuca; fue ahí también donde vi cómo el Atlas de La Volpe sacudía con cuatro latigazos a mi equipo.
Un año después de pisar el Azul por vez primera -ahora en 2002- regresé para despedir a mi más grande ídolo, aquel quien hizo que me enamorara del Cruz Azul. Despedí, con aplauso sonoro y viendo cómo daba una última vuelta olímpica, al mismísimo Carlos Hermosillo, a quien tiempo después tuve el gusto de saludar de mano. Aunque si bien en un estado bastante lamentable, vi también patear el balón por unos minutos en ese mismo estadio al Diego Armando Maradona -una versión bastante rechoncha de él-. Vi también en esa misma tarde a Jürgen Klinsmann, campeón del mundo con Alemania en 1990.
En ese estadio grité goles junto a mi hermano, junto a varios amigos y amigas también aficionados y desde luego también al lado de los correspondientes ligues o novias del momento que me llevaba como parte de una cita. Ahí vi jugar también el primer partido en casa del equipo femenil del Cruz Azul. De ahí partí con la cabeza baja y en silencio tras ver perder a mi equipo el partido de ida de la final frente a Santos en 2008; y de ahí partí también en 2013 con una sonrisa tremenda y sonoros gritos aquella semifinal también frente a Santos en la que bajo el liderazgo de Christian «el Chaco» Giménez nos ilusionamos con una final más.
Fue en ese estadio donde padecí del acoso de la policía en la barra local y también donde me quedé horas sin boletos gracias a la conocida reventa en el estadio -quizá una de las peores en el fútbol nacional-.
Ahora todo eso se acabó. El Estadio Azul será demolido y dará paso a una plaza comercial más. Si bien como equipo nos mudaremos al que algún tiempo fue también nuestro hogar, y que en 2001 reclamamos una vez más nuestro también -el Estadio Azteca-, nada será como aquel recinto en donde las butacas azulez y las cercanías nos recordaban que en efecto nos encontrábamos en casa.
Emotivo adiós al Estadio Azul el sábado pasado; entre lágrimas y recuerdos todos nos despedimos para siempre del que fuera nuestro hogar por más de 20 años. ¡Hasta nunca Estadio Azul! ¡Gracias por todos los momentos, tanto los buenos como los malos! ¡Gracias Estadio Azul por todos los recuerdos! Recuerdos que sí, nos llevaremos todos por siempre; porque son esos, los recuerdos, los que no demuele nadie.
Asfaltos. Sobrevivo en una ciudad junto a millones de personas. ¿Mexiqueño? Me enamoro rápido y olvido difícilmente. Amo la música, el cine, los cómics, las mujeres y -últimamente gracias a los servicios de streaming– las series también. Vivo la vida a través de letras y melodías. Músico frustrado. Me pueden encontrar escuchando U2, Radiohead y Coldplay; así como Grand Funk Railroad, Styx y Eric Burdon; Chetes, Jumbo y Siddhartha; y hasta Jesse & Joy, Silverio y Aleks Syntek. Batman y Star Wars mis pasiones; también el Cruz Azul, pero ya saben… subcampeonísimo. Sobreviviente y náufrago; ermitaño que odia la soledad.
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