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La sombría faz del ser y su muerte

Columnistainvitado

Por Sandyluz.

Cerrar los ojos y reabrirlos… hacia una nueva vida. “Y a veces, como se ha testificado de forma irrefutable, el espíritu muere al mismo tiempo que el cuerpo, pero, según algunos, resucita en el mismo lugar en que el cuerpo se corrompió” (Ambrose Bierce). Finalmente, la hipótesis del tiempo circular y de que hay paradero, más allá de la muerte, no se han podido todavía refutar y son tema del cuento “Un habitante de Carcosa” de Ambrose Bierce.

El cuento comienza con una cita textual intrigante, donde desglosan tres clases de muerte. Luego, un narrador protagonista, en primera persona, da cuenta de saberse desorientado y extraviado, después de haber padecido una copiosa fiebre. El desarrollo de la trama es el transitar del personaje por un paraje al aire libre, intentando encontrar algún indicio familiar, algún referente que aclare un poco su mente. Algunas peripecias en el desarrollo: el encontrarse cara-cara con un lince y con un otro de su misma especie (un cavernícola). El punto climático de la narración presenta la llamada “vuelta de tuerca”, cuando por fin el personaje recupera la memoria y advierte qué le sucedió y dónde se encuentra -sin dejar de ser desconcertarte.

Este cuento es ese extraño cuento de terror que sucede a plena luz del día, y cuyo efecto es tensión, debido a la incertidumbre, propia de un paraje donde el aire no circula. Es angustioso el tránsito del lector, a través del monólogo interno del personaje, quien se encuentra confundido y extraviado en un mar de dudas. La atmósfera del cuento se asemeja a un paisaje otoñal, en donde descansan el desasosiego y la angustiante calma que antecede la tormenta: la revelación fulminante.

El tono existencialista del cuento está enmarcado, gracias a la soledad del personaje y a su andar por la vida, en un paisaje que le parece desértico, extenuante y abrumador; esto, por el hecho de no encontrarse con nadie conocido; por el hecho de saberse solo con su “ser y la nada” (citando la conocida obra de Jean Paul Sartre). El personaje busca incansablemente, en su andar, alguna pista que le revele su identidad. Teje sospechas, fragmentos “del antes y el luego”, pero finalmente todo ello son teorías que lo llevan a enfrascarse en la hipótesis de que la peor amenaza proviene del interior del individuo, y eso, es la causa más escalofriante del conflicto: los agentes externos poco pueden importar y trascender, cuando uno mismo es su peor enemigo… y testigo.

¿Puede sospecharse de un desdoblamiento de personalidad en este cuento? Desde luego, pues se teje la sospecha, en relación con si el personaje está vivo o muerto. Bierce plantea, en tan bien logrado relato, que todavía hay caminos inexplorados en lo que atañe a la naturaleza del ser (terruño ontológico). Desde la cita textual inaugural invita a la reflexión sobre la cara que el individuo tiene ante al mundo, por el simple hecho de portar un cuerpo; sin embargo, hay una cara intrincada y ulterior, y es la del espíritu, la cual se ramifica y se tiñe de tonalidades grises; ahí, donde se debaten los “deberes” y “quereres” de un ser más emocional y personal, muy por encima del ser social; ahí, Freud trae consigo las reminiscencias de la autoprohibición y la autocomplacencia, que pueden generar pulsiones y perversiones en el individuo. Luego, punto y aparte de poseer un cuerpo, dentro del cual late un corazón, se gesta una cavidad interior, enmarañada y oculta, donde tiene morada el verdadero ser, el cual muchas veces no prospera y emerge, sino hasta que los ojos se han cerrado para siempre y por fin, gestándose con ello nuevas formas de vida, acaso fantasmagóricas y extrañas.

Así, algo que explora el cuento “Un habitante de Carcosa” de Bierce es que los fantasmas y seres espirituales, corpóreos o incorpóreos, pueden causarnos sobresaltos a plena luz del día, pues ellos mismos desconocen si se encuentran vivos o muertos; si han trascendido a otro plano existencial o si siguen reticentes, amarrados a una culpa o a un sentimiento, en el paisaje terreno, en la ciudad o casa, donde les tocó repetirse y repetirse; si persisten todavía; en la vida, a través de las rutinas; en la muerte, a través de los remordimientos y los recuerdos, que les impiden marcharse, y reconocerse, para finalmente partir.

En un plano connotativo más profundo, y menos sobrenatural, este cuento invita a reflexionar sobre los apegos que afianzamos los habitantes del mundo, hacia el mundo de las cosas y la carga energética que éstas presuponen y que demuestran nuestra veracidad y nuestra existencia. El texto se torna del todo existencialista, desde esta óptica, y también nos recuerda, como moraleja, que el ser humano se sabe vivo, gracias a que hay otros que lo confirmen, gracias a los objetos que le recuerdan su oficio y pasatiempo, y no gracias a que él mismo se sabe y se siente vivo. Este asunto es del todo escabroso, pues entonces ¿si se cae un árbol y nadie lo ve y escucha caer, éste de cualquier modo cae y hace temblar el suelo? Es desconsoladora la sentencia última de Bierce: el ser humano se sabe desamparado, en un mundo en donde no es visto o reconocido, en donde le toca vagar como mero fantasma, abandonado a sus dudas y a su suerte. El destino del individuo yace encadenado a los moldes y dinámicas sociales, que lo pueden ceñir y confundir, incluso más allá de la muerte.

Fuente consultada: Molina, Mauricio. «Cuentos de terror». México: Alfaguara, 2003.

IMG_5743Sandyluz. “Detrás de la pluma…” Egresada del Tecnológico de Monterrey Campus Toluca, de la carrera de Ciencias de la Comunicación. Completó estudios de Creación Literaria en la Escuela de Escritores del Estado de México (SOGEM). También terminó una maestría en Estudios Humanísticos con especialidad en Literatura, en el Tecnológico de Monterrey. En un plano más relajado, es aficionada a los libros y a la escritura desde corta edad; ha escrito de manera informal cuentos y poesías; con uno de sus primeros cuentos ganó un concurso local del cual obtuvo su primer retribución económica y profesional, siendo ello un significativo incentivo para seguir escribiendo. La Literatura ha sido una válvula de escape para no enfermar de realidad. La fantasía reanima el fulgor de los sueños que soñamos dormidos y que soñamos despiertos…

 

 

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