Por Andrea Karan.
Una vez leí una ilustración sobre una pareja. Ella estaba trabajando en el jardín, mientras que él se preguntaba qué le regalaría de aniversario. Cuando él le preguntó, ella le respondió: “Creo que le hace falta algo a mis manos”, mientras se las mostraba de frente. El salió muy confiado en que iba por el regalo correcto. Finalmente, el día del aniversario, ella abrió con emoción el regalo para desilusionarse por completo: su pareja le había regalado un par de guantes para jardinería, cuando en realidad, ella quería un anillo.
Recuerdo que una mañana por ahí del 2004, estaba sentada en un aula de la universidad tomando la clase de comunicación intercultural. El profesor explicaba a detalle cómo eran las culturas de “alto contexto” y de “bajo contexto”. Las culturas de alto contexto tienden a valorar la comunicación no verbal, es decir, a comunicarse de manera indirecta, y valoran a la persona cuyo estilo de comunicación es indirecto como bien educada y discreta, y perciben a la persona cuyo estilo de comunicación es directo como amenazante y ofensiva. En este tipo de culturas entendemos perfecto que significa el concepto de “manejar a alguien con la mirada”, por ejemplo.
En las culturas de bajo contexto valoran la comunicación verbal explícita y directa, y evitan la ambigüedad en los mensajes. Es decir, tienen una forma directa de decir las cosas, aunque pueda llegar a parecer rudo. El profesor dijo: “Si las diferencias de comunicación entre hombres y mujeres ya son bastantes…no les recomendaría andar con alguien de una cultura diferente a la suya, se enfrentarían a diferencias muy marcadas”. Algunos rieron y otros nos quedamos reflexionando el asunto.
En cuanto a sexos se refiere, si yo tuviera que clasificarnos, las mujeres seríamos de alto contexto, mientras que los hombres estarían dentro del bajo contexto; no es un término general, sin embargo nosotras le damos vueltas a las cosas, valoramos el lenguaje no verbal, y lanzamos muchas indirectas para todo. Por eso nos inquietamos cuando un hombre nos da una respuesta directa. Decimos, ¿será eso lo que en realidad quiere decir, o hay algo más?
Por otro lado los hombres prefieren las cosas claras, prácticas, y directas. Regularmente cuando dicen algo es porque en realidad quieren decirlo. Ahí es donde los hombres comienzan a hacernos ruido a nosotras, porque no les creemos cuando les preguntamos: ¿qué piensas? Y ellos contestan: nada. La misma respuesta en nosotras quiere decir que el mundo está a punto de estallar porque contestar “no me pasa nada”, quiere decir que nos pasa todo. Por eso no nos entendemos con nuestra pareja y hasta parece frustrante el hecho de comunicarnos por tener diferentes formas de ver las cosas. Pero, ¿de dónde nacen estas diferencias? ¿De verdad somos de planetas diferentes? Hay una razón para que las cosas sean así.
En las mujeres todo comienza cuando recién entran a la pubertad, los cambios físicos propios de la misma, las hace madurar más rápidamente que a los hombres. Por eso en la secundaria nosotras pensamos en el amor, y en encontrar al príncipe azul, mientras los hombres siguen aventando bolitas de papel de baño mojado en los techos de la escuela. De pronto nosotras pasamos por la experiencia de usar sostén por primera vez. Después un buen día, sin avisar, llega el primer periodo. A este se le conoce como menarca, y no aparece hasta que todas las partes del aparato reproductor femenino hayan madurado y trabajan en conjunto.
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