Por Asfaltos.
Sé que llego tarde al mame -por cierto, aprovecho para disculparme con ustedes por mi prolongada ausencia en esta columna-, pero no quería dejar de compartirles mi opinión sobre un tema que ha estado revoloteando cual mariposa en mi cabeza en las últimas semanas.
Como lo presenté ya en un texto anterior, Netflix hizo todo lo posible por impulsar su película «Roma» como «Mejor película» en la pasada entrega de los premios Oscar. El resultado, como todos lo sabemos ya, no fue el deseado; sin embargo, como una especie de «revancha» anunciada, la propia Netflix soltó ese mismo día el primer teaser de una cinta que se espera continúe con la ambición: «The Irishman», de Martin Scorsese, podría suponer la reedición de esa pelea por el máximo galardón de la industria cinematográfica más mediática del mundo.
Sin embargo, y desde antes de la conclusión de los Oscar -inclusive se supo que hizo campaña a favor de la finalmente ganadora «Green Book: una amistad sin fronteras«-, el prestigiado realizador estadounidense Steven Spielberg empezó a hacer ruido sobre la pertinencia de abrirle las puertas de la industria cinematográfica a una empresa como Netflix. Tras recibir un premio de la Cinema Audio Society, el exitoso realizador expresó:
«Espero que todos nosotros sigamos creyendo que las mayores contribuciones que podemos hacer como cineastas es brindar al público la experiencia teatral cinematográfico. Soy un firme creyente de que las salas de cine necesitan estar siempre disponibles», expresó el cineasta. «Me encanta la televisión. Me encanta la oportunidad. Algunos de los mejores guiones que se hacen hoy en día son para la televisión, algunos de los mejores directores son de televisión, algunas de las mejores actuaciones se encuentran hoy en día en la televisión. El sonido es mejor en los hogares más que nunca en la historia. Pero no hay nada como ir a un gran teatro oscuro con gente que nunca has conocido antes y que la experiencia te bañe. Eso es algo en lo que todos creemos», concluyó.
Sin embargo, en un texto de la Indie Wire, se expuso que la «molestia» de que «Roma» casi ganara el Oscar a «Mejor película», va más allá de la experiencia artística expresada por Spielberg. Por ejemplo, a los grandes estudios les incomodaron el gasto excesivo de Netflix en la campaña de «Roma» rumbo al Oscar y que el estreno de la película obligara a las distribuidoras de las contendientes a «Mejor película de habla no inglesa» a estrenarse en fechas «poco adecuadas». Pero las molestias, en el mismo texto, son más específicas y todavía más directas contra la forma tradicional de negocio de los grandes estudios de Hollywood: 1) que «Roma» solo tuviese tes semanas como estreno exclusivo en salas, 2) que Netflix no reportara la taquilla, 3) que Netflix no respetara la ventana en cines de 90 días –mismo asunto que sucedió en México-, y finalmente la peor de todas las afrentas, 4) que «Roma» estuviese disponible en 190 países las 24 horas de los 7 días de la semana, fueron algunas de las grandes molestias contra el fenómeno «Roma».
Al momento lo que se sabe es que el próximo mes de abril la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de los Estados Unidos de América, deberá tomar una decisión al respecto. La batalla es de alguna manera una reedición de la que vivimos ya en el pasado con el Festival de Cannes.
Ahora sí, ¿qué pienso yo? Que la pelea va más allá de los argumentos del director de la saga de «Indiana Jones», y que va más bien hacia lo que la revista Indie Wire presentó. Sí, para mí se trata de una lucha entre titanes por el futuro de la industria de los medios audiovisuales, una de las más lucrativas en el país vecino del norte. ¿Y quiénes pierden? ¿Los grandes estudios, o la poderosísima Netflix? Como siempre, cuando se trata de luchas en el poder, quienes perdemos somos nosotros.
Con un gran impulso, y muchísimo dinero de por medio, ahí viene también el anuncio de la nueva plataforma de VOD de Disney: Disney+. Amazon, Netflix, YouTube y ahora Disney+, entre muchas más que hay y que vendrán, tienen una ventaja por encima de los estudios tradicionales de cine. Los clicks, lo que escribimos, lo que vemos, lo que pausamos e inclusive lo que decimos cerca de nuestros celulares, todo eso es información que en las plataformas en línea se usa de mejor manera para vendernos productos más a la medida. Si ya de por sí en la industria de Hollywood las películas corren cada vez menos riesgos para favorecer su negocio, ¿qué será de la creatividad cuando las cintas terminen siendo el resultado de algoritmos que dicten el mejor rumbo de sus inversiones?
Que las películas terminen siendo el reflejo de estrategias de mercado cada vez más sofisticadas, sí, a mí me da miedo. Porque como una vez también reflexioné en este espacio, la censura económica se convertirá en algo todavía más certero y que terminará por arrebatarnos de las manos a autores imperfectos -como seres humanos que somos- que bien podrán sorprendernos con algo que no es producto exclusivo de la dictadura del dinero.
La pelea Netflix vs. Hollywood es más que por el «puro arte»; es una pelea por el poder de quién se queda con la gallina de los huevos oro; esa gallina a la que le importa cada vez menos la calidad y originalidad de sus producciones. Y si no me creen, veamos una vez más la cartelera comercial de la semana que me digan…
Asfaltos. Sobrevivo en una ciudad junto a millones de personas. ¿Mexiqueño? Me enamoro rápido y olvido difícilmente. Amo la música, el cine, los cómics, las mujeres y -últimamente gracias a los servicios de streaming– las series también. Vivo la vida a través de letras y melodías. Músico frustrado. Me pueden encontrar escuchando U2, Radiohead y Coldplay; así como Grand Funk Railroad, Styx y Eric Burdon; Chetes, Jumbo y Siddhartha; y hasta Jesse & Joy, Silverio y Aleks Syntek. Batman y Star Wars mis pasiones; también el Cruz Azul, pero ya saben… subcampeonísimo. Sobreviviente y náufrago; ermitaño que odia la soledad.
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