Por Sandyluz.
Hablar de cine independiente conlleva hablar de diversidad, de públicos varios y de historias y personajes que podrían hallarse en el área de dispersión, ya que no tienen la premura de gustar, dentro de los estándares de una industria por de más cuidadosa de guardar las formas. Entonces, ¿por qué poner la lupa encima del filme «Eighth grade» (2018), siendo que trata sobre adolescentes de secundaria y sobre una niña rubiecita de baja autoestima. ¿Acaso la película escapa de los estereotipos, para brindar una historia verosímil, además de entretenida? Su escritor y director, Bo Burnham, realmente imprime un sello de autenticidad a las peripecias de una niña de la ya denominada Generación Z, quien se enfrenta a los dilemas de vivir en una sociedad globalizada y tecnificada, donde la forma de socializar y de legitimar la identidad tiene mucho qué ver con la proyección en redes sociales.
A grandes rasgos, «Eighth grade» narra la historia de Kayla Day, quien, como cualquier adolescente de cualquier época, sufre los embates de pasar por la difícil etapa de transición entre ser niña y ser adulta: cuando debes ir a la escuela en donde abundan las etiquetas y sobrenombres; cuando sientes la necesidad imperiosa de encajar dentro de algún grupo; cuando los asuntos del primer amor y las situaciones de pertenencia o de rechazo suelen ser cuestión de vida o muerte. Y este acontecer, hasta aquí incluso trillado y visto en tantas comedias para adolescentes, queda enmarcado dentro del contexto de una virtualidad que compite muy fuertemente con la realidad real, cuando de socializar se trata; aunado a ello, Kayla no tiene una familia muy funcional que digamos: vive únicamente con su padre y carece de hermanos, lo cual acentúa su timidez, inseguridad y ensimismamiento.
Luego, ¿cuál podría ser la virtud de este filme aparentemente dominguero? Además de haber sido nominada este 2019 para un Golden Globe –por «Mejor actuación femenina en un musical o comedia»–, «Eighth grade» exhibió cierto encanto cautivante en su hechura, obteniendo el premio de «Mejor película» 2019 en los AFI Awards USA, además de un montón de halagos por parte de la crítica. En lo que a mí respecta, tengo que comentarles varias cosas acerca de su atinada manera de exponer un tema por demás relevante y contemporáneo: los riesgos de estar mal informado y tan conectado a internet, en una sociedad apresurada, banal y consumista, que supedita las interacciones sociales al intermediario tecnológico. ¿Qué repercusiones está trayendo consigo todo ello en la formación y educación de las mentes adolescentes del futuro? «Eight grade» echa un vistazo a todo esto.
En primera instancia, es de llamar la atención que la película nos ofrezca todo el tiempo el punto de vista de su protagonista (Kayla); esto para empatizar y brindar un relato de carne y hueso. Con esta intención, abunda la cámara overshoulder, los planos medios, los close ups y extreme close ups que enmarcan gestos, emociones y reacciones del personaje. La premisa básica del filme ya plantea una situación por demás polémica e interesante: Kayla hace videos donde ella misma se graba como líder de opinión, quien aconseja cómo sortear las cuestiones adolescentes. Lo de llamar la atención es que, desde la primera toma, y a simple vista, observamos una chica venida a menos: tímida, titubeante, y con un poco de acné en su rostro, lo cual descarta que ella sea “la popular” de su clase. Ya luego se intuye que Kayla lleva a cabo esos vídeos, intentando llamar la atención y para lograr pertenencia entre sus compañeros de escuela; sin embargo, sus vídeos no son populares y reciben muy pocos likes. Cuando se apaga la cámara y Kayla se mete dentro de Kayla, la situación se torna peor: esa chica es más callada, deslucida y antisocial de lo que muestra en sus videos. Este contraste, entre la realidad real de Kayla y la realidad virtual de Kayla –mostrada a través de sus videos–, es una manera muy acertada de mostrar el doble discurso y la doble vida que tiene cualquier chico en épocas del riguroso “qué dirán”, que juzga de manera dictatorial y casi anónima dentro de las redes sociales. También, con ello se establece una mutua correspondencia: si eres atractiva y popular en las redes sociales gozarás de un alto perfil en el mundo real (el de la escuela), cosa que desde luego no sucede con Kayla.
En la cinta abundan los personajes secundarios y estereotipo, que sirven para confirmar la tridimensionalidad de Kayla, una niña que definitivamente tiene lo propio. Gracias al lenguaje cinematográfico, y a las interacciones dialogadas de los personajes, el espectador empatizará con Kayla, al grado de pensar que en realidad lo tiene todo para ser alguien muy linda y popular; el problema radica en ese autoconcepto y autoimagen distorsionada, que la llevan a proyectarse de manera errónea ante los demás.
«Eighth grade» es una película de desarrollo, es decir, es muy valiosa por sus peripecias, ya que a partir de situaciones elementales en la vida de una adolescente (como andar en traje de baño en la fiesta de la niña chic, platicar con el chico que le gusta, o quedarse a solas con un chico mayor que ella dentro de un auto) se deriva una alta tensión dramática verosímil, la cual genera una ansiedad sostenida, que deviene en situación inesperada, pero siempre dentro de los límites y de la autogestión que la misma protagonista sabe operar. Todo esto genera un relato creíble, que se aleja por completo de la situación cliché, en donde la protagonista pudiera derivar en víctima, o bien proponer un discurso moralizante. Es una virtud de su director mostrar que, incluso en las situaciones estandarizadas, Kayla tiene una experiencia propia, única e irrepetible, y por ende, también tiene su propia manera de reaccionar y resolver.
Un personaje secundario, digno de mención, es el padre de Kayla, intepretado por Josh Hamilton, pues, sus interacciones con Kayla, sirven para probar una dinámica de interacción social frustrada y desacompasada: el padre no logra penetrar en el complejo mundo interior de su hija, donde el foco de atención es el teléfono celular; tampoco Kayla entiende mucho de compartir conversaciones junto con los alimentos, o de confiarse a un mayor de edad, quien tiene una versión muy decantada e infantil acerca de ella. Así, el amor y el lazo fraternal no alcanzan para aproximar a éstos dos, a pesar de que viven bajo el mismo techo. En el clímax de la cinta, se tiene un momento crucial que rompe la dinámica relacional viciada del padre y la hija; esto a través de completar un ritual muy simbólico: Kayla decide quemar una caja de regalo, con los objetos preciados que ella misma se auto obsequió años atrás, para cuando tuviera la edad suficiente para abrirla y así reflexionar sobre su desarrollo personal. El romper con tal manda autoimpuesta permite al padre advertir que su hija se quiere y valora poco; pero también les hace ver, a ambos, que siempre están a tiempo para tenderse filialmente la mano.
Finalmente, tengo que decir que sí: la actuación de Elsie Fisher, como Kayla Day, se lleva la película; es tan genuina que no nos queda duda de que exista una niña con tales características; además, nos lleva reflexionar lo irónico que es, en esa torpe y a la vez maravillosa edad, el tratar de encajar y construir una identidad, embonando en el estereotipo impuesto por los grupitos de poder, cuando lo mejor, y lo que sinceramente otorga un valor agregado, es ser desencajado, y por cierto, uno mismo.
Referencia: Burnham, Bo. «Eighth grade». USA: IAC Films, 2018.
Sandyluz. “Detrás de la pluma…” Egresada del Tecnológico de Monterrey Campus Toluca, de la carrera de Ciencias de la Comunicación. Completó estudios de Creación Literaria en la Escuela de Escritores del Estado de México (SOGEM). También terminó una maestría en Estudios Humanísticos con especialidad en Literatura, en el Tecnológico de Monterrey. En un plano más relajado, es aficionada a los libros y a la escritura desde corta edad; ha escrito de manera informal cuentos y poesías; con uno de sus primeros cuentos ganó un concurso local del cual obtuvo su primer retribución económica y profesional, siendo ello un significativo incentivo para seguir escribiendo. La Literatura ha sido una válvula de escape para no enfermar de realidad. La fantasía reanima el fulgor de los sueños que soñamos dormidos y que soñamos despiertos…
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