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Por Katia Stephanie Ibáñez Del Rivero.
Fotos por Juan Carlos Peña.
Los recursos son de por sí escasos, como queda en evidencia en el caso de la refrigeración. La mayor parte de las vacunas necesitan estar a bajas temperaturas para que no se echen a perder. En muchos de los campos de refugiados la refrigeración es un lujo y lo normal es tener hieleras donde se guardan las vacunas. Éstas tienen un rango de vida útil especifico y deben ser aplicadas durante esta tiempo para su correcto funcionamiento.
Otro ejemplo son los baños. Deben estar ubicados de tal manera que no estén todos juntos pues pueden convertirse en un riesgo infeccioso. Deben estar lo suficientemente lejos de la población para conservar la higiene, pero lo suficientemente cerca para que no implique un esfuerzo excesivo. Deben ser lugares iluminados y vigilados constantemente, pues las riñas, ataques o acciones violentas pueden ser fácilmente detonadas. Recordemos que un campo de refugiados acepta a todos, por lo que la mezcla de culturas o creencias es común dentro de los campamentos, por lo tanto, es posible que se den ciertos enfrentamientos.
Como se puede apreciar en estos breves ejemplos, la logística y operación de un campo de refugiados debe ser eficiente y estandarizada, de manera que se eviten la mayor cantidad de problemas e imprevistos y se pueda brindar el mejor apoyo posible.
Es por esto que no sólo los médicos y enfermeros son bienvenidos en el terreno, sino que se requieren arquitectos, ingenieros, contadores, mecánicos, administradores y coordinadores de operación para asegurar que el campamento funcione adecuadamente.
De la misma manera que un mecánico no tiene la experiencia para curar el cólera, un médico no tiene la experiencia de hacer funcionar una bomba de agua potable. Prácticamente todas las profesiones operativas, por decirlo de alguna manera, son bienvenidas.
La duración de las misiones va de tres semanas a doce meses, dependiendo del nivel de seguridad del entorno, el número de afectados y el orígen de la catástrofe.
Los campamentos se mueven alrededor del mundo, de acuerdo a las necesidades de los refugiados. No importa si son refugiados de Somalia o de Afganistán, el sufrimiento es el mismo. No tener un hogar o no poder regresar a él, debe ser una de las peores sensaciones que un ser humano puede experimentar.
Ojalá que llegue el día en que ningún ser humano se vea en la necesidad de vivir en un campo de refugiados. Mientras tanto, hagamos lo necesario para no perder la sensibilidad al dolor ajeno, para mantener la empatía aunque sea anónima y a miles de kilómetros de distancia. Ojalá que aquellos que pudimos visitar la exposición y los que no, no olvidemos que son nuestras acciones del día con día las que nos pueden alejar o acercar a que esta situación sea una realidad en México.
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