Por José Luis García Camacho (de Andy Mountains).
-Nadie va a venir- le dije a Andrés mientras colocaba los platillos sobre los atriles.
-Es muy temprano, faltan como dos horas- me contestó sin ningún tipo de preocupación detectable en su voz.
-Aún así, ya debería haber alguien- insistí sin obtener respuesta.
El 24 de septiembre de 2011, a la una de la tarde en el escenario de la Casa del Lago de la UNAM, me encontré con una sensación totalmente diferente, nueva. Un gran número de personas aplaudía, coreaba y sentía nuestras canciones, con la primera banda que en verdad tomé en serio: Andy Mountains.
Me llamo José Luis García Camacho, pero me dicen Pepe y debido a un cuento que escribí, también me quedó el sobrenombre de Pepe Cardamomo. Tengo 23 años y comencé a tocar la batería cuando tenía 8 años y estaba en tercero de primaria. No sé por qué elegí este instrumento (y a veces me arrepiento debido a las miles de piezas que hay que acomodar para dejarla lista), no tenía una razón real, un estímulo previo (al menos no consciente); sólo la vi y me gustó, me enamoré a primera vista. Comencé tocando en la estudiantina de mi escuela y así lo hice hasta que entré a la secundaria. Abandoné el asunto hasta el segundo año de preparatoria, cuando la música de moda me acercó al absurdo sueño de ser rock star. Así inicié la aventura de formar una banda.
Intento número uno: fallido. Intento número dos: falla épica. La tercera vez que decidí crear una banda pensé que podría ser la vencida. Me dediqué a tocar surf. Recorrimos el público difícil y a veces indiferente del D.F., hasta los fans a muerte de Río de los Remedios, Ecatepec o Teotihuacán. Aprendí mucho, me cansé como nunca en mi vida, me divertí y también la pasé mal. Al final no llegamos a ningún lado. Sin embargo, el surf no me dejó con las manos vacías.
Conocí a Andrés con su impertinencia y facilidad para la música. El tipo tenía una capacidad de hacer canciones poco común y yo ya sentía la necesidad de volver al escenario.
-Hagamos una banda, tus canciones necesitan batería.
-Va- me contestó.
Andy Mountains comenzó como una mancha sin forma, un experimento sin rumbo, un ímpetu de Andrés que yo compartía. Con el tiempo se convirtió en un proyecto serio, un trabajo y una fuente de satisfacciones sin precedente en mi vida. Vélez, un compañero de la prepa; Mariana Sofía, una vieja amiga; Ernesto, un hippie. Todos ellos llegaron para darle colores nuevos, orden, forma y más pasión a la banda que me enseñó que el sueño de ser un rock star era un sueño equivocado. Los rock stars no existen más.
-Ya ves, se llenó- me dijo Andrés antes de subirnos al escenario y tocar Hoy me gusta mi peinado. La gente que llegó a Casa del Lago estaba ahí por nosotros.
– Si, ya sé- le contesté.
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