Por Alberto Ruiz Méndez.
En una de las imágenes promocionales del documental «Witkin y Witkin» dirigido por Trisha Ziff, la cara de dos hombres forman un rostro detrás del artefacto que usan los oculistas para conocer la graduación de nuestros próximos anteojos. No es casual que ambos formen una misma cara pues pronto nos enteraremos que los protagonistas de esta película, Joel-Peter Witkin y Jerome Witkin, son gemelos idénticos. El hecho que compartieran el mismo vientre, la misma sangre, la misma madre no es lo que hace de su historia algo digno de contarse; el lazo más fuerte entre ellos es el arte y éste es el eje por el cual la directora nos lleva para conocer su obra, su proceso creativo, sus diferencias o coincidencias y su vida cotidiana.
Joel es fotógrafo y Jerome es pintor. Que dos gemelos idénticos se dediquen al arte es una premisa interesante para explorar cómo interpretan y cómo expresan sus emociones y pensamientos dos personas de las que se puede decir que tuvieron las “mismas experiencias” durante su infancia. De tal suerte que el documental es un acercamiento a los temas que cada uno de ellos explora en su proceso creativo y para lograrlo Trisha Ziff nos convierte en cómplices de los recuerdos, las alegrías, las tristezas y las frustraciones de ambos artistas para hacernos comprender que su arte, como todo buen arte, entrelaza un mensaje y una emoción que se empeñarán en expresar a través de cada nueva obra hasta que encuentren la forma adecuada de compartirlo con el mundo o hasta que nosotros seamos capaces de reconocerlo. En este sentido, uno de los principales aciertos del documental es hacernos parte de un proceso creativo que nos permite comprender que el arte no es sólo algo que está en los museos, sino que es una intervención a nuestra mirada cotidiana del mundo que se expresa a través de una fotografía o una pintura.
Pero así como Joel interviene su mirada cotidiana desde la fotografía para “reinterpretar lo que sucedió”, según sus propias palabras o, como lo escuchamos de Jerome, para “expresar lo que está mal en el mundo”; la directora del documental elige intervenir nuestra mirada cotidiana sobre sus dos protagonistas y ofrecernos un segundo eje desde el cual acercarnos a su historia. Y es que a pesar de las coincidencias que estos gemelos idénticos pudieron llegar a tener a lo largo de su vida, las anécdotas familiares de cómo eran confundidos cuando eran niños o sobre las ocasiones en que se vestían con el mismo estilo de ropa, son abandonadas tan pronto como son contadas porque no es el camino que le interesa recorrer a Trisha Ziff —o al menos así interviene mi mirada su documental—, la senda que hace más interesante la historia de estos gemelos idénticos es la de las razones de la distancia que hay entre ellos.
Una distancia que es elegida, pero que no es padecida. Su distanciamiento no está construido sobre un drama familiar digno de una tragedia de Sófocles y tampoco se basa en una historia de traición entre hermanos de dimensiones bíblicas, su separación se construye sobre la aceptación de su diferencia, sobre el reconocimiento de su individualidad y sobre la elección de su mirada sobre el mundo. «Witkin y Witkin» es un documental que sobre el eje de la separación de sus protagonistas nos permite reflexionar sobre la familia y lo que nos une a aquellos que llamamos padres, hermanos, primos. Tan acostumbrados como lo estamos a que los lazos familiares deben ser afectivos, fraternos e incondicionales, la película nos permite intervenir nuestra mirada cotidiana sobre lo que significa estar unidos a una familia y la historia de Joel y Jerome nos deja ver que aquellos lazos pueden ser intangibles, intermitentes pero no por ello superficiales o carentes de emociones. «Witkin y Witkin» es la historia de dos gemelos idénticos que no viven juntos, que no se visten igual, que no van a convenciones como si fueran un espectáculo pero que su distancia tiene una conexión más profunda que el hecho de haber compartido un vientre, a saber: Joel y Jerome están vinculados a través del arte como una forma de intervenir nuestra mirada cotidiana sobre la realidad.
CineAutopsias. Alberto Ruiz ha vivido en su cabeza desde que descubrió que la vida imita al arte. Ahí dentro estudió filosofía (hasta llegar a ser Doctor por la UNAM), da clases en la Facultad de Filosofía y Letras y en la Universidad Anáhuac, se pasa el día viendo todo tipo de películas y pensando en ellas interminablemente, convive con cuatro perros y cuatro humanos que dicen ser su familia, hace un podcast de cine llamado CineAutopsias y, aunque a veces lo niegue, le preocupa el rumbo que está tomando la humanidad. Fuera de su cabeza es un tipo como cualquier otro, si lo ves en la calle seguro pensarás que está loco.
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