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«La tienda de los fantasmas» de G. K. Chesterton

Columnistainvitado

Por Sandyluz.

Almas en pena, aparecidos, revenants (en francés), ánimas o fantasmas. Sin lugar a dudas un tema inacabable, que no deja de apasionarme. ¿Qué es un fantasma? Explica Guillermo del Toro en su famoso filme «El espinazo del diablo» (2001): “Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez, un instante de dolor, algo muerto que parece por momentos vivo aún, un sentimiento suspendido en el tiempo”. En todo caso, los fantasmas son un recordatorio del tránsito por la inevitable muerte, y con ello, la pérdida de nuestra corporeidad, no así del espíritu. Desde un punto de vista esotérico, quizás al morir queda de nosotros un remanente de energía que evade la cárcel de cuerpo, y que, ocasionalmente, cuando la conciencia aún no se percata de la transición que es morir, pueden derivar esos 21 gramos de los que tanto se especula en leyendas, cuando se menciona el peso del alma. ¿Será factible que dicha energía vital del ser sí tenga un rastro medible?

En esta ocasión, quiero referirles un invaluable cuento de G. K. Chesterton, el cual se titula “La tienda de los fantasmas”, y que, como puede sospecharse, tiene su propuesta narrativa para abordar el misterioso tema de los fantasmas. A Chesterton se lo recuerda como crítico, poeta y novelista inglés de principios de siglo XX, por lo cual es de observar que su escritura se halla empapada por las notas del romanticismo, con todo y sus ambientes góticos y sentimientos subjetivos e hiperbólicos. Ya viendo desde la lupa, conviene saber que Chesterton gustaba del juego de la ironía y de la paradoja lógica, como sello personal en su trabajo narrativo.

El cuento que aquí les refiero está situado en un callejón inglés cualquiera (similar al callejón Diagon, en la visión de J. K. Rowling). El cuento corre a cargo de un narrador intradiegético protagonista, a quien le sucede el evento extraño: Es de noche y el personaje protagónico, un caballero refinado, extravía su camino; luego de mucho andar, se halla ante la tienda más “peor iluminada de uno de los callejones más estrechos y oscuros del barrio de Battersea” (Chesterton, 2019: p. 33). El morador, atraído por su curiosidad, se aventura a entrar a tan extraña tienda de juguetes, para advertir que el vendedor es un anciano de aspecto sorprendentemente pulcro e inocente. Casi al final del cuento, el narrador protagonista advierte que ha sido observador de una serie de visitas fantasmagóricas a esa tienda, quienes, además de ser los espíritus de personajes tan famosos como Charles Dickens, han sido atendidos nada más y nada menos que por el inmortal Papá Noel, quien todavía visita nuestros hogares todos los años nuevos. En el desenlace del cuento nos queda el espacio vacío acerca de la verdadera naturaleza del narrador, es decir, ¿está vivo o muerto?, ¿acaso también –y con fina ironía– él también es uno más de los fantasmas visitantes de aquella tienda de juguetes? Finalmente, ¿por qué el narrador protagonista no había visto antes aquella singular tienda?

A mi parecer, en este cuento, “La tienda de los fantasmas” destacan tres aspectos desde el análisis de la narración: la atmósfera, la revelación epifánica y la voz narrativa y los referentes citados, en apoyo a la mitificación de un personaje por de más inmortal: el fantasma.

Hablando de la atmósfera, tenemos que situarnos desde un espacio abierto hacia el espacio más pequeño, que nos lleva, literalmente hablando, al callejón sin salida. Primero la impenetrable noche (espacio abierto), luego las calles intrincadas londinenses (espacio semiabierto) y luego la tienda de los fantasmas (espacio cerrado), que es el destino último del personaje. Cuando pensamos en atmósfera, tenemos que observar qué circunstancias espaciales y temporales contribuyen a la generación de ciertos sentimientos prevalecientes a lo largo del cuento; es este caso, se tiende el manto negro de la noche, entonces se manifiesta el silencio y el misterio; luego, se siente zozobra e intranquilidad, conforme el personaje se interna más hacia el laberíntico mundo de las calles sin gente, en donde se halla desprotegido y a su suerte. Finalmente, cuando entra en el mundo sobrenatural e inexplicable de la tienda de los fantasmas, en donde tiene avistamiento de almas “no en pena”, sino por el contrario serenas, bromistas y casi mundanas –quizás mostrando que las cosas de los muertos no son tan distintas a las de los vivos– se experimenta cierto desconcierto y temor reposado y tenso, ya que culturalmente se nos ha enseñado que morir es lo peor que nos puede suceder; y peor aún convertirse en fantasma, o en “alma en pena”. Luego, el morir y seguir transitando entre los vivos sin dolor, puede ser algo llevadero, y hasta agradable, si sirve de punto de encuentro con otros ya muertos, tal y como lo plantea Chesterton.

La revelación epifánica en el clímax del cuento se refiere, en términos coloquiales, a poner el reflector encima de algo no visto, o bien, cuando “nos cae el veinte”, como solemos decir los mexicanos; en este caso, es revelador, y excelente truco narrativo, el develar hasta el punto de mayor tensión narrativa el que el vendedor de los juguetes sea, nada más y nada menos, que Santa Claus o Papá Noel, quien, desde esta óptica, es la presencia fantasmagórica más apreciada de todos los tiempos. Esto pone en marcha el estilo irónico del autor, para quitar del “terror de fórmula” a la típica figura del fantasma: Santa Claus es un espectro noble y generoso, pues sigue obsequiando hermosas sorpresas materiales el día de Navidad.

Finalmente, es de destacar que, el que la voz narrativa sea en primera persona (desde el “yo”). Y es que precisamente el personaje protagónico le imprime un sello testimonial o realista al cuento. El buen terror sucede así: hay una línea paralela real o viable, a la par de una línea sobrenatural o fantástica, que genera las dudas, las sospechas, los horrores. Técnicamente hablando, el cuento redondea magistralmente, a través de la voz narrativa viva, real, verídica, pues, como dije líneas arriba, el cuento adquiere cierto halo de posibilidad; además, por otro lado, abre espacio a la duda sobre si esta voz narrativa, con quien todo lector generará natural empatía, proviene del mundo de los vivos, ¿o acaso de los muertos?

Concluyendo, “La tienda de los fantasmas” es un estupendo cuento desde el punto de vista narrativo, pero también por el digno tratamiento que hace de su referente “fantasma”, personaje incluso simbólico, que puede trabajarse desde el cliché, donde porta una sábana blanca, o bien, desde la perspicaz pluma de alguien como Chesterton, quien lo deja en ese linde natural y viable, entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos; en donde, a manera de tesis ideológica del autor, el morir es un proceso de transición que deja trazas de los usos y costumbres de cuando éramos vivos, cosa que no debería causarnos miedo, y que, por el contrario, nos lleva a cuestionarnos: ¿qué tan antinatural es morir y convivir con fantasmas? El autor define, con este cuento, que un fantasma es un ser consciente y del mundo, quien solamente ha salido del envase del cuerpo, para fluir hacia los sitios y lugares recurrentes, ahí donde abundan y persisten sus experiencias y recuerdos.

Referencias: Bécquer, Gustavo Adolfo, Chéjov Antón, Chesterton G.K., Et. Al. «Fantasmagoría. Narraciones de espectros y otras apariciones». México: Gandhi-Orbilibro, 2019.

IMG_5743Sandyluz. “Detrás de la pluma…” Egresada del Tecnológico de Monterrey Campus Toluca, de la carrera de Ciencias de la Comunicación. Completó estudios de Creación Literaria en la Escuela de Escritores del Estado de México (SOGEM). También terminó una maestría en Estudios Humanísticos con especialidad en Literatura, en el Tecnológico de Monterrey. En un plano más relajado, es aficionada a los libros y a la escritura desde corta edad; ha escrito de manera informal cuentos y poesías; con uno de sus primeros cuentos ganó un concurso local del cual obtuvo su primer retribución económica y profesional, siendo ello un significativo incentivo para seguir escribiendo. La Literatura ha sido una válvula de escape para no enfermar de realidad. La fantasía reanima el fulgor de los sueños que soñamos dormidos y que soñamos despiertos…

 

 

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