Por Ady’e Rueda.
Hay un otro que puede llevarnos a descubrir a nosotros mismos…
El mundo en su esférica finitud posee lugares que parecen infinitos por sus misterios, peligros y tragedias. El inherente instinto de supervivencia de los animales los aleja de todo lo que los pone en riesgo; en los humanos no es diferente, pero hay sus excepciones: grupos de personas (en los que me incluyo) que buscan vivir la adrenalina al máximo más allá de saltar en paracaídas o nadar con tiburones, sino que deciden sumergirse en el límite entre la vida y la muerte pasando por zonas prohibidas en los que policías pueden arrestar y disparar sin restricciones, lugares en los que pueden adquirir cáncer con tan sólo respirar o en los que el quiebre emocional es inevitable al enfrentarse a devastadoras realidades.
Netflix la sigue rompiendo, esta vez con una serie que a través de ocho episodios acerca al espectador a los puntos de encuentro de extravagantes viajeros que quieren presenciar los escenarios de las más terribles catástrofes naturales y masacres humanas, que en lugar de descansar quieren experimentar y vivir en carne propia culturas completamente ajenas a su día a día.
Desde nadar en una laguna creada por una explosión radioactiva hasta iniciarse en un ritual vudú, el periodista David Farrier recorre sitios insólitos y macabros que lo desafían constantemente física y espiritualmente. Más allá del tabú y la simple presentación de sus viajes, Farrier muestra siempre su lado humano y reflexiona sobre cada espacio, personaje e historia que conoce.
Camina por las calles de Tepito y paga por vivir lo que la gente en su triste realidad daría todo por no tener que vivir, como fingir ser un migrante mexicano tratando de cruzar la frontera estadounidense o mirando de cerca las ciudades fantasma cuyas ruinas hablan de guerras nucleares, crímenes políticos, duros dictadores y crueles guerras.
Muchas veces al estilo del reconocido periodista Günter Wallraff, David tiene que mentir sobre sus propósitos de investigación, ir hasta las últimas consecuencias para comprobar que con billetes en Camboya es posible matar a cualquier animal sólo por diversión.
La recomendación es obvia, porque además de conocer hechos históricos y lugares increíbles, crea consciencia sobre lo afortunados que somos al tener techo y comida, salud y libertad; que hay gente que vive en miseria mientras otros hacen dinero desde la desgracia; que hay personas tan extrañas a nuestra cosmovisión que por eso deciden desenterrar a sus muertos para festejarlos o que se burlan de nuestra cotidianidad sanitizada en la que comemos carne pero nos incomodamos al ver a vacas, aves o cerdos morir.
Tal vez las opulencias y las vidas despreocupadas vuelven a gran parte de la población insensible al drama de ciertos países y pueblos, sin embargo no deja de ser cautivador (y desde luego perturbador) cómo un hombre es capaz de transportar no sólo a otro lugar geográfico sino a otro estado mental y emocional.
Espero con ansías e ilusión que David haga una segunda temporada en la que, ojalá, regrese a África y muestre el baile de los Zangbetos o el gran mercado de Akodesawa; vaya a Europa para visitar El Osario de Sedlec o las iglesias quemadas de Noruega. Qué maravilloso sería verlo caminando por los mismos caminos en los que Ed Gein (por mucho uno de los asesinos seriales más fascinantes de la historia americana) bailaba bajo la luz de luna y, por qué no, hasta en Catemaco, Veracruz buscando a los brujos del cerro del mono blanco.
Morbo y nostalgia son para mi las razones principales para ver enterita esta serie: la curiosidad de lo extravagante e inexplicable y la nostalgia de mis estudios de periodismo en mi época universitaria, donde en nombre de la investigación llegamos muy lejos y regresamos con muchas más preguntas y ganas de más.
Ady’e Rueda / Marañas negras. Comunicóloga, cuentista y danzarina. Creyente de la UNAM a quien le debo todo. Amante del metal, el terror y los años ochenta. Luciferina estudiosa del arte, el erotismo y la posmodernidad. Fanática de los perros, el mar y lo goth. Excéntrica, cinéfila, melómana y bibliófila. También creo que debe haber islas, allá, al sur de las cosas.
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