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Por Andrea Karan.
Culturalmente se nos enseña cómo debemos comportarnos desde que nacemos. Es por eso que las niñas juegan con muñecas y “a la mamá”, mientras que ellos se entretienen con carritos e insectos raros en el jardín. Nosotras tenemos los sentimientos “a flor de piel”, mientras que a ellos el solo mencionar la palabra les produce comezón.
Más adelante, en muchos hogares las hijas desarrollan tareas del hogar, mientras que los hijos juegan, o ven tele. Las niñas crecen pensando que deben atender, mientras que los niños creen que deben ser atendidos. Los roles sexuales y los comportamientos propios de cada género se nos enseñan durante la infancia.
Ser hombre dentro de una cultura predominantemente machista, es sinónimo de “dominador”, donde la fuerza se considera el medio para resolver problemas y de esta forma medir la hombría de un varón. Según este concepto, la agresividad, la inteligencia, y el poder de decisión se consideran características “exclusivas” del sexo masculino. Además la hombría del “macho” se refleja en la no demostración de afecto u otros sentimientos como la tristeza, el temor, y el amor.
Para las mujeres, el machismo dicta que deben saber atender a un hombre dentro del hogar, tener conocimientos de la administración de una casa y actividades propias de la misma, y según el mismo concepto, ellas deben ser delicadas, sufridas, sumisas, y decentes, lo que significa que deben llegar vírgenes al matrimonio.
Para las que tienen más de un compañero sexual, les espera el ser señaladas por la sociedad, y ser tachadas de calificativos, mientras que a los hombres que tienen muchas parejas sexuales se les aplaude esa conducta. ¿No es una contradicción? ¿Por qué razón en un caso está bien y en el otro mal?
Hay padres que fomentan la promiscuidad en sus hijos y cuidan a sus hijas para que puedan llegar célibes al matrimonio, inculcando así un concepto equivocado sobre las relaciones y el sexo, que puede acompañarles durante toda la vida tanto a la mujer como al hombre.
Es necesario reflexionar que cada quién es libre de ejercer su sexualidad con responsabilidad como mejor le parezca. Hay hombres y mujeres que toman la decisión de esperar hasta que se casen, mientras que hay personas que les interesa conocer a su pareja en el plano sexual independientemente de si existirá matrimonio o no. El caso aquí es que no debemos juzgar las decisiones de las demás personas.
La virginidad no debería de ser un tabú en el caso de las mujeres y aplaudido en los hombres cuando la pierden. Hay que recordar que la autoestima de una persona no necesita de reconocimientos externos, ni de cosas que hayamos hecho o no. La verdadera autoestima, y nuestra valía se basa en el propio reconocimiento y en la confianza que tengamos en nosotros mismos, no en si somos vírgenes o no.
Nos leemos pronto.
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