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Por Aranzazú Martínez Galeana.
Más allá de los prejuicios y relatos fantásticos que envuelven a África, hay una realidad que es ineludible: el continente sufre y mucho; fatídicamente, parece ser una historia ya contada muchas veces donde se sabe el final, sin embargo, hay esfuerzos y avances que deben ser reconocidos por pequeños que sean y más aún en el tema de derechos humanos. África al igual que otros continentes es el fruto del choque con un colonialismo despiadado e irracional, pero en este caso en particular, las secuelas han sido de tal magnitud que es complicado hablar de un antes y un después favoreciendo alguno de los dos escenarios. En el informe de Amnistía Internacional sobre esta región del mundo, si bien se habla de libertades básicas que parecen no tener cabida en el continente, también se habla de elementos estructurales que incorrectamente son vistos ya, como endémicos y estáticos. La pobreza, corrupción, abuso de poder, discriminación racial, de género, religiosa y sexual así como un altísimo grado de violencia, parecen ser los ejes rectores bajo los cuales se sigue construyendo la historia actual de África. Peor aún, éstos son perpetuados y replicados en un continente donde para muchos la esperanza no tiene cabida. Después de esta nada optimista introducción, se hablará un poco más sobre estos problemas regionales y su impacto en el estado de los derechos humanos en el continente.
El informe de AI inicia este apartado señalando la fuerte influencia que los movimientos originados en Medio Oriente y el Norte de África tuvieron en la región como promotores de un despertar que se venía clamando desde hace mucho, particularmente, en países gobernados por gobiernos represivos donde el reclamo no es precisamente por no tener internet o al llamado “derecho a la globalización”, sino más bien, es por no tener comida, vivienda digna, agua potable, servicios de salud, saneamiento y alcance a libertades y derechos mínimos que como seres humanos teóricamente poseemos; por más que los índices de pobreza señalen que ésta se ha reducido o que se ha avanzado hacia el cumplimiento de los llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio. No se puede hablar de ir avanzando hacia utópicos estándares internacionales si a la fecha cientos siguen siendo desalojados en Yemen, Chad o Angola, o si se prohíben las manifestaciones contra un gobierno incapaz de satisfacer las necesidades mínimas de la población como ocurrió en Uganda a raíz de las manifestaciones en Oriente Medio. Tampoco es viable hablar de desarrollo (léase no en términos Occidente contra el mundo sino de condiciones mínimas para una vida digna reconociendo y aceptando las diferencias culturales) si la discriminación hacia las niñas y mujeres sigue siendo legitimada y aplaudida por el gobierno en turno como ocurre en Chad, Costa de Marfil, Sudán, RDC o la República Centroafricana donde la violación y diversas formas de violencia sexual son más la regla que la excepción, ni mucho menos de libertad cuando en Camerún, Mauritania, Zimbabue, Malawi, Ghana y Nigeria la discriminación basada en la orientación sexual o la identidad de género se agravó fomentada en muchos casos por los gobiernos de los países ya mencionados.
Países como Burundi, la República Democrática del Congo, Somalia, Sudán, Guinea, Guinea Bissau, Etiopía, Gambia y Guinea Ecuatorial no se quedan atrás, y el año pasado lo demostraron al imponer restricciones a la información al censurar las noticias dentro y fuera de sus fronteras; todavía más deleznable, es saber que todo esto se enmarca en un clima de violencia e impunidad donde no pasa ni pasará a menos que se dejen detrás los intereses individuales y egoístas. Sin ir más lejos:
“Sólo en contadas ocasiones se hizo rendir cuentas a algunos individuos por la comisión de violaciones de derechos humanos. En consecuencia, en muchos países de la región la gente había perdido la confianza en los organismos encargados de hacer cumplir la ley y en el sistema judicial.[…] La impunidad por violaciones de derechos humanos cometidas por funcionarios encargados de hacer cumplir la ley era omnipresente en Burundi, Camerún, Eritrea, Etiopía, Gambia, Guinea, Guinea-Bissau, Kenia, Madagascar, Malawi, Mozambique, Nigeria, República del Congo, República Democrática del Congo, Senegal, Sudán, Suazilandia, Tanzania y Zimbabue”.
Después de este nada optimista panorama presentado por AI en su informe anual, no todo parece estar perdido, pues concluyen que si bien los elementos mencionados anteriormente son altamente pesimistas, también es cierto que hay factores como el crecimiento económico sostenido, la demanda de una mejor gobernanza, el fortalecimiento de una sociedad civil, el acceso a la tecnologías de la información y comunicación así como el surgimiento de una clase media que eventualmente pueden conducir a una mejora de los derechos humanos, sin embargo, el reto se muestra como una tarea titánica en un continente donde parece ser que los derechos humanos son más un lujo por encima de una realidad.
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